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Olga Tokarczuk, una novela para el nuevo milenio

Por 23 de febrero de 2023 Sin comentarios

Marta Rebón

 

Tras leer esta extensa obra sobre la figura histórica de Jacob Frank (1726-1791), compleja en cuanto al grado de detallismo y de ambigüedad en los múltiples puntos de vista y formulaciones contenidas, el poso que deja en quien firma estas líneas su millar de páginas (leídas a vuelo de pájaro, aunque es preferible una lectura lenta) es la fe de la Nobel de Literatura de 2018 en el género de la novela, entendido como vehículo de comunicación total. Leo en palabras de la propia Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962): «Creo en la novela, es uno de los géneros más sublimes de la literatura. Tiene el poder de embelesar a los lectores y llevarlos a una especie de trance… En esa suerte de mundo virtual que aspira a construir, una especie de casa, se forja un vínculo emocional con los lectores y se estimulan los mecanismos de la empatía».

En Los libros de Jacob, con una traducción de Agata Orzeszek y Ernesto Rubio que merece una ovación, se ahonda en la historia del movimiento herético del frankismo surgido en el siglo XVIII, que desafió la creencia en los nítidos límites entre las religiones y sus principios, algo que tanto judíos como cristianos consideraban entonces inmutable. Su líder, con un poder casi absoluto sobre sus seguidores, entendió en una muestra poco común de flexibilidad que la cristiana y la judía no eran dos sociedades separadas, sino dos grandes grupos heterogéneos, lo que haría que los judíos acabaran replanteándose su manera de verse frente a los cristianos, así como su propio credo.

REFUTANDO EL PASADO

No estamos ante una novela histórica al uso que, como etiqueta, desagrada a la autora polaca y, además, es un género al que se opone porque «da prioridad a los hechos históricos» y porque suele «reforzar los esquemas conservadores». Aun así, se aprecia un diálogo a modo de juego con la novela decimonónica, del que encontramos ecos en el detallismo en la descripción («me interesaban detalles sobre cómo viajaba la gente en aquella época, dónde paraban los viajeros para pasar la noche, qué comían, etc.) y el distanciamiento del narrador, a lo Flaubert, respecto a lo descrito.

Fascinada por la presencia judía en la cultura polaca y la interacción entre ambas comunidades a lo largo de los siglos, cuando Tokarczuk dio con la historia de Jacob Frank y sus acólitos, comprendió que se trataba de una «historia universal en el corazón de una sociedad feudal llena de divisiones, estratificaciones y prejuicios». La fuente principal para su novela fue una obra del siglo XIX poco conocida a cargo de un historiador polaco de ascendencia judía llamado Kraushar que, nunca reeditada, acumulaba polvo en los anaqueles.

Uno de los puntales que se derriban en la visita al pasado por las que nos conduce esta novela es la idea de una Polonia multicultural donde convivían armónicamente los diferentes miembros de la sociedad. También nos presenta una versión de los acontecimientos históricos en los que se da visibilidad a las mujeres, como ya hiciera en Los errantes al hablar del corazón en formol de Chopin (¿hay mayor símbolo de Polonia?) desde el punto de vista de la hermana.

LA ATRACCIÓN POR LO IMPERFECTO

«Considero que la ausencia de mujeres en la versión de la historia que va a parar a los libros de texto es un rasgo de una mentalidad patriarcal que no ve a las mujeres y no registra sus aportaciones. He encontrado un lugar para ellas en mi historia mediante la recopilación meticulosa de cada migaja de información. Lo hice con un sentido de justicia, creyendo que la mayor parte de la historia de la humanidad necesita ser reescrita desde este particular punto de vista». Así, gran parte de la novela adopta la perspectiva cenital de una anciana llamada Yenta, que cae en coma en los primeros capítulos y, en ese estado de percepción particular, se convierte en «un ojo que vaga por el espacio y el tiempo».

Quienes disfrutaron de Los errantes, deslumbrante meditación enciclopédica sobre el viaje y la experiencia contemporánea del espacio y del tiempo, la memoria, la identidad y esa frágil obra de arte que es el cuerpo humano (pues «lo une todo con todo: relatos y protagonistas, dioses y animales, el orden de las plantas y la armonía de los minerales»), se reencontrarán con el estilo minucioso y la inteligencia artística de Tokarczuk, que aúna la curiosidad de Benjamin, la imaginación de Borges, la mirada tierna y burlona de Szymborska y la libertad creativa de Gombrowicz. Aquí volvemos a estar ante una novela-constelación cuya energía gravitatoria es la atracción por lo imperfecto, los callejones sin salida; en suma, todo lo que se aparta de la norma.

Entre los personajes secundarios conectados tangencialmente con Jacob Frank, merece la pena quedarse con las palabras de Asher Rubin, un médico judío escéptico que se casa con una de las ex seguidoras de Frank, la poetisa barroca Elbieta Drubacka: «Asher Rubin opina que la mayoría de la gente es estúpida y que es la estupidez humana la que llena el mundo de tristeza. No se trata de un pecado ni de un rasgo innato, sino de una idea equivocada del mundo, una apreciación errónea de lo que ven los ojos. Como resultado, la gente lo percibe todo por separado, cada cosa desligada de las demás. La auténtica sabiduría es el arte de relacionarlo todo con todo, es entonces cuando se revela la forma verdadera de las cosas».

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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