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La verdad os hará extranjeros

Por 16 de diciembre de 2021 Sin comentarios

Marta Rebón

 

En mi última estancia en la capital rusa, antes de la pandemia, descubrí una ciudad distinta. Me alojé en el sur, no en el centro, en una residencia para doctorandos, por donde pasa el tercer anillo de circunvalación que rodea la plaza Roja. La estructura radial de Moscú acentúa la centralidad del Kremlin, formal y metafóricamente, como si fuera un panóptico: todo gira en torno a él, y parece que puede apretar o aflojar los anillos a su antojo. El Kremlin estruja y, si quiere, ahoga. Una ciudad distinta, decía, no por la nueva oferta de esta urbe descomunal, sino porque pude leerla mejor entre líneas. Había encontrado la web de un proyecto de Memorial –organización creada a finales de los años ochenta para la defensa de los derechos ci­viles y la investigación his­tórica– titulado Topografía del terror. Consiste en un callejero de Moscú marcado con los lugares relacionados con la disidencia y la represión –campos de trabajo, centros de detención o ejecución, etcétera– desde la década de 1920. Los puntos de colores cubren todo el mapa. Y así supe que aquel distrito universitario fue levantado por prisioneros como Alexánder Solzhenitsin, que instaló suelos de madera en los apartamentos de lujo para los funcionarios del Interior, como relató en El primer círculo. Que cerca estaba la última dirección donde vivió Nadezhda Mandelstam, que en Contra toda esperanza salvó la memoria de su marido represaliado, pero también la de la noche más larga de todo un país, o la fosa común donde se cree que yacen los restos de Isaak Bábel, el Maupassant de Odesa, maestro total del cuento. Páginas que, si se arrancaran, dejarían el libro de Moscú incompleto, comprensible solo hasta cierto punto. En ese portal de Memorial no hay opiniones, solo nombres, fechas, descripciones e imágenes de archivo. La concreción de los datos frente a las mitologías patrióticas y la desinformación.

“Mientras los gobiernos no dejan de mejorar el pasado, los periodistas intentamos mejorar el futuro”, se oyó hace una semana en Oslo, durante la ceremonia de aceptación del Nobel de la Paz. Fue en el turno de palabra de Dimitri Murátov, después de la periodista filipina Maria Ressa, ambos galardonados “por los esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión como condición fundamental para la democracia y la paz duradera”. Cofundador y redactor jefe de Nóvaya Gazeta –milagroso reducto de independencia informativa–, Murátov recordó un dicho ruso: el perro ladra, la caravana se mueve. Si entendemos que el perro es el periodista y la caravana el poder, las posibles lecturas son dos: por mucho que los primeros gruñan, apenas importunan el avance de la segunda. O bien: la caravana avanza gracias a los perros ladradores, cancerberos del poder. Murátov tuvo un recuerdo para los periodistas asesinados de su diario. Entre ellos, Anna Politkóvskaya, que tituló uno de sus últimos artículos “¿De qué soy culpable?”. La respuesta: “Simplemente he informado de lo que he visto, de nada más que la verdad”. A la cronista del horror de la guerra en Chechenia la mataron por no ladrar al son de la caravana.

Desde el 2012, el Gobierno de Putin puso otro escollo en forma de ley a la libertad de expresión. Las oenegés que recibieran financiación extranjera y realizaran actividades susceptibles de calificarse de “políticas”, aunque se dedicaran a ayudar a mujeres víctimas de violencia de género, pasarían a considerarse “agentes extranjeros”, que, en el imaginario ruso, remite a la jerga soviética para “espías”. La ley se traduce en un calvario burocrático y la fiscalización de toda actividad, incluidas las interacciones en redes sociales. Más tarde también apuntaron contra medios de comunicación y particulares. Cada viernes, la web del Ministerio de Justicia publica la lista ampliada de “agentes extranjeros”. Por esta misma ley, Memorial está al borde de la disolución, y se ha advertido a Nóvaya Gazeta que el Nobel no les servirá como escudo protector.

En El Maestro y Margarita (1966) Mijaíl Bulgákov aprovechó cómicamente la asociación entre “extranjero” y “enemigo” para hacer pasar al demonio, de visita en el Moscú de los años treinta, por un turista (tal vez alemán). Si la democracia se sustenta en la libre circulación de información veraz, el Nobel otorgado a la labor de Nóvaya Gazeta reconoce su coraje por ser la excepción de aquel otro dicho ruso del pasado: en los periódicos rusos, solo las erratas dicen la verdad.

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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