
'Despejado', de Carys Davies (Libros del Asteroide, 2025)
Marta Rebón
Todavía quedan rastros de un oscuro capítulo de la historia escocesa en las Tierras Altas y sus islas. Esqueletos de piedra de las comunidades rurales que durante las clearances (desalojos, expulsiones) fueron despojadas de sus tierras, que habían cultivado durante generaciones, porque los terratenientes, para aumentar su rendimiento, quisieron dedicarlas al pastoreo. Aquello supuso, entre los siglos XVIII y XIX, una hemorragia demográfica -la emigración forzada al sur o al extranjero- y la destrucción de una cultura y una lengua, el nórnico.
La galesa Carys Davies solapa estas circunstancias con la Gran Ruptura en la iglesia escocesa, ocurrida en 1843, año en el que se desarrolla la trama de Despejado. Entonces un grupo significativo de ministros se rebelaron contra el sistema de patronazgo por el que esos mismos terratenientes escogían a quienes dirigían las parroquias en sus propiedades. La disidencia les supuso también la expulsión y la pobreza.
Uno de esos clérigos rebeldes, John Ferguson, será enviado, a cambio de una retribución, a una remota y minúscula isla, entre las Shetland y Noruega, para desalojar al último residente, Ivar. Tiene un mes para hacerlo, cuando el barco que lo llevó lo traiga de vuelta. Sin embargo, el encuentro es un tanto accidentado, pues Ferguson, no muy preparado para el lugar, cae accidentalmente e Ivar se lo encuentra tendido «pálido y brillante a la luz del sol» como «una enorme medusa».
Será la cura del recién llegado lo que iniciará una amistad improbable y un acercamiento al lugareño a través de la lengua que habla y que no entiende del todo. Recopila esas palabras, recipientes de la idiosincrasia del lugar, especialmente rica y variada en la descripción de los matices del mundo natural: «rugido del mar, especialmente cuando cambia el viento» (fester), «niebla ligera, especialmente con claros, a través de los cuales se ve el azul del cielo» (groma), etc.
Despejado explora el poder de la lengua, el vínculo entre extraños en un territorio aislado y el anhelo de pertenencia. Un objetivo ambicioso que se queda corto en cuarenta y dos breves capítulos. Lo sublime y la emoción solo asoma puntualmente. Tal vez es pedir mucho a dos seres humanos en treinta días, porque además de trabar amistad, Ferguson, recordemos, ha ido allí para convencerlo de que abandone la isla. El «registro» lexicográfico, supuestamente el puente entre dos mundos, acaba diluyéndose sin dejar un poso convincente.