
"El precio que pagamos" de David Grossman. Debate, 2024
Marta Rebón
La épica de una victoria inesperada y rotunda puede inspirar percepciones -y, si no se desafían, cronificarlas- que alimenten la confianza de forma desmedida. Durante su investidura como doctor honoris causa por la Universidad Hebrea de Jerusalén en 2017, David Grossman (Jerusalén, 1954) recordaba las palabras de Isaac Rabin cuando era jefe del Estado Mayor, pronunciadas tras la Guerra de los Seis Días en ese mismo lugar, el campus del monte Scopus, y que a él le causaron un escalofrío que recorrió su cuerpo de tan sólo trece años.
Según Grossman, la euforia por la magnitud de la salvación experimentada «confirió a la guerra y a sus efectos la condición de un relato moral que casi traspasaba los límites de la realidad y de la lógica». Al hilo del discurso de Rabin, asesinado a traición por un extremista israelí en 1995, Grossman subrayaba la asunción entonces de que el pueblo judío no estaba «acostumbrado ni ha sido educado para disfrutar del júbilo del ocupante victorioso», herencia secular de su pasado como minoría señalada, perseguida y amenazada que de repente pasó, en una semana, de la amenaza existencial a hacerse «casi con un imperio».
ARRASTRADOS AL ABISMO
Aquella idea era aceptada por la mayoría, pese a que, desde ese instante, sostiene Grossman, se habían ya plantado las semillas del racismo y el nacionalismo que germinan en toda «ocupación militar», además de la «exaltación mesiánica». No existe ningún pueblo, reflexiona en este texto incluido en El precio que pagamos, junto con otros antes publicados casi en su totalidad en las páginas de Haaretz, así como otros leídos en ceremonias y actos cívicos, «vacunado contra la embriaguez del poder».
¿Y cuál es ese precio? Tres días después del ataque terrorista del pasado 7 de octubre, Grossman lo resumió así: el de «haberse dejado arrastrar durante años por un liderazgo corrupto que lo ha llevado hacia el abismo destrozando las instituciones judiciales y su misma integridad, (…) un liderazgo dispuesto a poner al país en peligro existencial solo por salvar a su primer ministro de ir a la cárcel».
Esta compilación urgente, en la estela de su anterior Escribir en la oscuridad (Debate, 2010), nos sumerge sobre todo en el estado de ánimo social previo al atroz ataque de Hamás. Su expresión más clara fueron las manifestaciones masivas contra el proyecto de ley que socavaba la independencia judicial. La tensión en la opinión pública fue tal que los pilotos de combate en la reserva y otros militares de la Fuerza Área firmaron una carta de protesta en junio de 2023 comunicando que suspendían su servicio, lo que ponía en jaque la seguridad de Israel.
CRÍTICA Y AUTOCRÍTICA
En Reflexiones sobre la paz (2004), del título citado, Grossman recogía un comentario que circulaba de boca en boca — «La guerra con los árabes nos salva de una guerra civil»—, y en El precio que pagamos cobra nueva relevancia.
Y es que la amenaza exterior ha actuado como pegamento entre grupos antagónicos internos sin la cual el riesgo de implosión del país solo ha hecho que postergarse. Por eso la polarización extrema del año pasado despertó un temor genuino a la quiebra interna (Mi país es un cuerpo enfermo, 25 agosto de 2023). Si bien el autor, cuyo hijo Uri murió durante una operación militar al sur del Líbano en 2006, no escatima esfuerzos ni ocasiones en señalar el origen del cataclismo desde dentro en los sectores de derechas más radicalizados y en las «calamidades a lo Ceauescu» de la familia Netanyahu y sus acólitos —la colonización de los territorios ocupados dibuja unas fronteras inestables que provocan la «eterna tensión» y «sospecha perpetua» entre el impulso de invadir el territorio vecino y el temor de ser invadido—, no se olvida de la autocrítica.
Advierte sobre la permisividad, el cinismo, la desconexión de la política —o lo que llama un «sofisticado mecanismo de autoengaño»—, la apatía o el fatalismo de una parte importante de la población que conduce al desmantelamiento de las bases del Estado de Derecho. «La magnitud de los sucesos de octubre borra a ratos lo que estaba sucediendo antes», afirma, porque es un galimatías hablar de «democracia ocupante».
LA UNIÓN DE LOS PACÍFICOS
Y así, El precio que pagamos lanza una advertencia también sobre el caos que se genera si la sociedad civil permite que una minoría se apropie de los símbolos nacionales (como la bandera), imponga preceptos religiosos («que se enroscan como una venenosa hiedra alrededor de la política»), promueva la fuerza militar como principio básico y posibilite que estos y otros lugares comunes de la extrema derecha, con el beneplácito de los partidos situados en una órbita próxima, se afiancen en un parlamento y carcoman principios elementales («la igualdad es el punto de partida de la ciudadanía y no la consecuencia de ella»).
Una tierra antaño «imaginada, maravillosa y de ensueño» ha acabado desfigurada en la definición que da Grossman: «Un Estado judío es el que tiene la habilidad de vivir en cuerpo y alma en una dimensión ilusoria y enajenada al tiempo que niega absolutamente la realidad (¿Qué es un Estado judío?, julio de 2023). Las ochenta brechas que se abrieron en la valla «más sofisticada del mundo» el 7 de octubre de 2023 dan buena cuenta de ello.
Pone el broche a este libro Siempre os recordaremos, unas palabras en memoria de los torturados y asesinados al sur de Israel. No se extiende al contraataque masivo posterior en Gaza cuyo final todavía no imaginamos, pero nos cuenta el marco emocional, político y social previo, así como los miedos cervales que se han despertado. Aun así, decenas de miles de muertos en Gaza después, una reflexión de 2021 (Y a pesar de todo) no ha perdido vigencia: «La verdadera lucha no debe librarse entre árabes y judíos, sino entre los que en ambos lados aspiran a vivir en paz, en medio de una colaboración justa, y aquellos, también de ambos lados, que alimentan su mente y su ideología con el odio y la violencia».