Marcelo Figueras
¿No les ocurre a ustedes eso de quedarse enganchados con una película cada vez que la pescan por la TV, aunque ya la hayan visto mil veces? A mí me pasa con muchas, por supuesto incluyendo unas cuantas que distan de haber sido consagradas como obras de arte. El otro día, sin ir más lejos, volví a caer con The Family Stone, una película escrita y dirigida por Thomas Bezucha, que aquí en la Argentina –y también en la TV- se exhibió con el título de La joya de la familia. Sí, ya sé, se trata de la típica comedia de Hollywood sobre instituciones sanguíneas disfuncionales. (Aunque esta familia es bastante más funcional que la de muchos, vale decir.) En su favor puedo decir que tiene un cast más que interesante, con Diane Keaton como la madre de los jóvenes Stone, Sarah Jessica Parker como la novia del hijo mayor –una chica tan estreñida que de usar un carbón como supositorio produciría un diamante- y Claire Danes como su hermana. (También trabajan Rachel McAdams, Luke Wilson y Craig T. Nelson, siempre competentes.) Más allá de cualquier otra racionalización, lo cierto es que la película me puede. Cada vez que la veo termino lagrimeando como un idiota, y preguntándome si mis hijas se habrán dado cuenta de que su padre sigue siendo un sentimental sin remedio.
Lo que me conmueve de la película es que, sin perder jamás la agudeza y el sentido del humor, logra pintar una familia que vale la pena, esa familia a la que todas –incluyendo la mía- querrían parecerse. Ojalá obtenga algún día la tranquilidad de saber que logré construir un puerto semejante para mis hijas y para su gente, donde vivir vale la pena y en el que se puede atracar siempre que haya tormenta. Ya sé que voy a contrapelo de los tiempos, han sido demasiados siglos insistiendo en el valor sacrosanto de la institución cuando a todos nos consta que existen familias, o por lo menos integrantes notables del ensemble, que ejercen cotidianamente su potestad de arruinarnos la vida. En todo caso, no se me escapa que el mundo exterior espera ansiosamente su oportunidad de arruinárnosla también. A menudo aquellos que sobrevivieron a padres o madres de pesadilla se desempeñan como pez en el agua en este mundo que no perdona a nadie; en estos casos, la familia disfuncional opera como una excelente, aunque durísima, maestra de vida. (También conozco gente que ha padecido cosas similares y que no aprendió nada. A estos no les va nada bien, como resulta inevitable.)
Yo creo que todos necesitamos una familia. Lo bueno de estos tiempos es que se han relajado las condiciones para inscribirse en el club, otrora tan elitista. La gente que no cuenta del todo con su familia de sangre busca hoy armarse su propio equipo, no sólo con amores e hijos sino también con amigos: gente en la que uno confía pase lo que pase, aunque no se comuniquen ni se vean a diario. En uno de los momentos de crisis, Meredith (Sarah Jessica Parker) le espeta a la matriarca de los Stone: “¡Ustedes no son mejores que yo!” A lo que Sybil (Keaton) responde: “¡Claro que no! Lo único bueno es que nos tenemos los unos a los otros”. Esa es la función irreemplazable de la familia, sea de la clase que sea: constituir ese núcleo tibio en el que siempre nos sentiremos acogidos. No importa que nuestros familiares sean más o menos educados, o solventes, o elegantes. Pueden ser francamente impresentables y aun así cumplir con su parte. Lo que importa es que sepamos que siempre podemos contar con ellos –del mismo modo, esto es insoslayable, en que cuentan con nosotros de manera incondicional.
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No quería dejar de decir que me encantó el texto que Verdú colgó ayer, aquel sobre el pensamiento negativo. Como cualquiera de los que nos sentimos amenazados por su patología, valoro locamente todo lo que me ayuda a resistirme a semejante peligro.