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Una bienvenida para Bruno (2)

Por 10 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Nuestra especie también se diferencia del resto del elenco en otros aspectos fundamentales. Para empezar, no existe ninguna otra que pueda producir tanto pero tanto daño: a las demás especies, a la Tierra, a sus congéneres. No se nos comparan ni siquiera los virus y las bacterias que nos meten en problemas. ¡La mismísima peste negra envidia nuestro poder de destrucción! Y lo que es peor aún: no existe ninguna otra especie que se supere a diario en esta tarea, de maneras cada vez más eficientes -y más terribles. No demorarás mucho en conocer a exponentes tempranos de esta naturaleza. En el mejor de los casos, tu período de gracia acabará en el jardín de infantes. Allí te cruzarás por primera vez con chicos que se hacen daño al hacer daño, simplemente porque no pueden evitarlo. (Como habrás notado, estamos dando por sentado que no serás uno de ellos. Esperanza de padres…)

Hay científicos que sostienen que somos violentos porque nuestros genes conservan registrado el miedo de los primeros tiempos, allá en los albores de la Historia: cuando éramos criaturas lampiñas, sin garras ni dientes afilados, libradas a su suerte en un mundo lleno de fieras diseñadas para matar. Con los años aprendimos a protegernos y defendernos, compensando con inteligencia el poder físico que la naturaleza nos negó. Pero nunca habríamos perdido -eso dicen- el pavor que nos inspiró el hecho de sentirnos indefensos. Y ese pavor inspiraría la violencia que nos resulta tan natural: esa tendencia a gritar de forma desaforada y a golpear el cuerpo de la presa a pesar de estar ya muerta -una forma brutal de hacer catarsis, exorcizando el pánico sentido.

La violencia irracional existe en cada uno de nosotros. Quizás a la manera de legado genético, como sostienen los científicos que te mencionábamos. O también como legado social y cultural. (Tu mamá y yo creemos que esta última opción es más determinante de lo que se piensa.) Pero en cualquier caso lo peor, lo más peligroso, es la violencia que se presenta a sí misma como racional. O sea: la gente que sostiene que la violencia es un medio lícito de imponer una idea, de zanjar una diferencia -o simplemente: de vivir. Y en consecuencia practica la violencia para obtener poder, para ganar dinero, para lograr prestigio, para hacerse respetar y para -eso alegan- protegerse de otra gente violenta y, ya que estamos, de la gente no violenta que conforma las mayorías y tiene el atrevimiento de reclamar por sus derechos.

Todas las cosas tristes a que te enfrentarás en la vida son consecuencia de este tipo de violencia. El hambre es violencia. La injusticia es violencia. La discriminación es violencia. Y allí donde ocurran, no te costará nada rastrear su origen hasta unos hombres -que se habrán rodeado de una ideología, de una religión, de una tecnología, de una institución que los avala- que propiciaron semejante cosa porque entendieron que podían servirse de la violencia para sus propósitos.

Cuidarse de esta gente y de sus actos es difícil: ¡están por todas partes y cuentan con muchos recursos! Pero hay algo todavía más difícil, y eso es rehusarse a entrar en su juego, a ejercitar su misma lógica. Tu mamá y yo lo intentamos a diario, porque sabemos que la violencia nunca es un camino de mano única. De un modo u otro la violencia vuelve siempre sobre aquellos que la iniciaron -o sobre sus descendientes, o sobre su pueblo-, no por razones éticas, que por cierto vienen a cuento, sino ante todo porque nuestro universo está construido de esa manera.

Este sitio tiene una lógica binaria, de equilibrio inestable entre dos posiciones. Los físicos hablan de acción y reacción. Las revistas femeninas hablan de ‘ellos’ y de ‘nosotras’. El mundo digital se basa en las combinaciones de ceros y de unos. Tan incuestionable como la dialéctica del péndulo: todo lo que va, vuelve. Por supuesto, no necesariamente vuelve de forma tan pronta ni tan elegante -si así fuese, cada crimen recibiría su paga de inmediato. Pero la dinámica de este universo está concebida de esa forma. Y la ley de las probabilidades indica que, más allá de las consecuencias de los actos ajenos, hay mayores posibilidades de que uno coseche violencia si la ha sembrado antes, que si ha sembrado cosas buenas. Y como nosotros preferiríamos recoger amabilidad antes que el fruto de nuestros actos mezquinos es que, en fin…

Para que la vida ocurra -podríamos agregar, sin temor a equivocarnos: para que todo lo bueno ocurra- hace falta que millones de cosas sucedan, en las circunstancias adecuadas y siempre en el orden correcto. Lo que va de las complejísimas cadenas genéticas y procesos químicos a las decisiones sabias que, de no mediar errores mayúsculos, hilamos a paso de caracol para aproximarnos a la felicidad. Para que la muerte ocurra, en cambio, todo lo que hace falta es un golpe, un exabrupto, una decisión inmeditada.

A esta altura ya te habrás dado cuenta: a nosotros no nos gustan las cosas fáciles. Nos gusta construir, más bien. Aunque cueste trabajo. Aunque destruir siempre sea más fácil.

Estamos del lado de la vida.   

                                                (Continuará.)

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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