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Sobre Shakespeare el conspirador

Por 20 de junio de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Se han escrito muchas páginas tratando de dilucidar el pensamiento político y filosófico y hasta religioso de William Shakespeare. (Hay quienes sostienen que aunque se manifestase anglicano seguía siendo católico en secreto, e incluso quienes lo vinculan a la conspiración para volar el Parlamento de la que participó Guy Fawkes.) Pero -por fortuna, diría yo- su ideología sigue siendo tan elusiva como el personaje histórico Shakespeare: todo estudio que no se concentre en su arte y en su insondable conocimiento del alma humana está destinado al fracaso.

No voy a ser precisamente yo, pues, que toco de oído, quien pretenda encontrar luz donde tantos naufragaron. Pero leyendo Henry IV se me ocurrió que hay muchas formas de expresar lo que uno siente o piensa en lo más profundo de su alma, además de la declamación hecha y derecha.

Shakespeare se abocó a Henry IV para ilustrar el proceso político que consagró una línea monárquica, aquella que definió el tiempo en que le tocó vivir. Es decir que de algún modo estaba obligado a hablar bien de los reyes en cuestión: no hay que olvidar que las compañías teatrales de la época dependían del permiso real para trabajar, y que a menudo recibían comisiones desde el palacio, y hasta invitaciones para actuar delante del monarca. En este sentido, las dos partes de Henry IV narran la formación del príncipe Hal, hijo del rey y futuro Henry V, a quien la historia consideraba el paradigma del soberano, el modelo ante el cual todos los reyes debían medirse. Shakespeare no tenía demasiadas opciones al respecto: su retrato de Henry no podía ser negativo, por lo menos de manera evidente.

¿Qué es lo que hizo Shakespeare entonces? En el mismísimo seno de una de sus obras ‘históricas’, metió a un personaje que, aunque inspirado por otro personaje de la crónica -Sir John Oldcastle-, era en esencia producto de su fantástica imaginación: el incontenible Jack Falstaff.

/upload/fotos/blogs_entradas/falstaff_med.jpg¿Y quién es Falstaff? Un caballero gordísimo, afecto al vino, a las mujeres y a las mentiras, que a pesar de su título de ‘Sir’ no duda en robar para subvencionar sus vicios. Falstaff le enseña al joven príncipe Hal todas las cosas que no aprenderá en palacio, y por eso el rey Henry IV lo tiene entre ceja y ceja: está convencido de que Falstaff lleva a su hijo por el mal camino. Es verdad que Falstaff resulta impresentable -el crítico Harold Goddard dice que el personaje participa de dos naturalezas, y la primera de ellas es el Inmoral Falstaff. Pero a pesar de que todo lo malo que se dice de Falstaff es cierto (el obeso Jack es el primero en admitirlo), también es verdad que Falstaff es la más perfecta personificación de la alegría de vivir, del deseo de experimentar la vida de la manera más intensa -y esa es su segunda naturaleza: el Inmortal Falstaff. ‘Give me life!’, es su expresión favorita, que Harold Bloom vincula a la bendición que Yahweh otorga al hombre en el Antiguo Testamento: no una vida más larga, sino una vida que es ‘más’ -una dimensión más alta de la existencia.

Falstaff se convirtió en un personaje tan popular, que la mismísima Reina Elizabeth le pidió a Shakespeare que lo incluyese en otra obra. Son pocos los que recuerdan a Henry IV y a Henry V en este tiempo, pero Falstaff sigue vigente como uno de los personajes más divertidos y conmovedores que haya escrito jamás hombre alguno. Todavía hoy Falstaff nos conmina a seguir demandando: ‘Give me life!’, a exigir de esta existencia todos los goces y las risas, a desconfiar del Estado y de los nacionalismos (‘¿Puede el honor curar una pierna? No… ¿Qué es el honor? Una palabra. ¿Qué es esa palabra honor? Aire’) y consagrar a cambio el poder curativo del amor -y del vino.

Yo creo que aquel que subvierte desde dentro una obra pensada como exégesis de un rey y exalta a cambio a un personaje anárquico, está haciendo una declaración ideológica: ¡abajo Henry, y larga vida a Falstaff!

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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