Marcelo Figueras
La película con que despedí el año fue Eastern Promises, la última de David Cronenberg. Fue una despedida de lujo. Es posible que no sea una de sus mejores películas: sigo creyendo que su versión de The Fly es una de las más conmovedoras, y a la vez más perversas, historias de amor del cine. Eastern Promises está más en la línea de A History of Violence, que en su momento no me terminó de convencer: un trabajo de encargo sobre un guión de Steven Knight, con el que Cronenberg cumple y mientras tanto dota aquí y allá de algunas de sus marcas de fábrica, de sus peculiares obsesiones.
Protagonizada por Viggo Mortensen -a quien, como en A History of Violence, le extrae una actuación notable-, Eastern Promises es un thriller que transcurre en la Londres de estos días. Durante su turno diario en el hospital de Trafalgar, Anna (Naomi Watts), una enfermera inglesa hija de un exiliado ruso, atiende a una adolescente que da a luz a una niña antes de morir. Como la adolescente es rusa y lleva un diario íntimo en su cartera, Anna -que no habla el idioma de su padre- se decide a traducirlo en busca de un dato que permita conectarla con parientes vivos de la criatura recién nacida. Esta intención la conectará sin querer con la mafia rusa de Londres, poniendo su propia vida en riesgo. Durante este descenso a los infiernos, quien la ayudará a atravesar el fuego será un personaje inquietante: Nikolai (Mortensen), el chofer y guardaespaldas del mafioso Semyon (Armin Mueller-Stahl).
Las marcas de Cronenberg están en su gusto por los personajes ambiguos -Nikolai puede ser amable y un rato después cortar los dedos de un cadáver para evitar que sea identificado-, por las comunidades cerradas que existen dentro del mundo ‘normal’ y por la violencia llevada al límite de lo repelente -la pelea de Nikolai con dos matones en el baño de vapor es de antología-, pero el universo en que transcurre Eastern Promises es ante todo el del guionista Steven Knight. Como en Dirty Pretty Things de Stephen Frears, que también escribió, Eastern Promises lidia con tema que parece obsesionar a Knight: el de los círculos de esclavitud que existen en nuestras megalópolis de hoy. En Dirty Pretty Things estaba habitado por inmigrantes que contribuían con sus órganos al tráfico que concluye en transplantes. En Eastern Promises se trata de las chicas rusas que llegan a Londres para ser integradas al mercado de la prostitución.
La cuestión me desvela. Cualquier habitante de una gran ciudad advierte hoy a simple vista que existen trabajos y tareas desagradables que sólo son desempeñados por cierta gente, que a menudo forma parte de la clase social más desvalida pero que la mayor parte de las veces está a cargo de inmigrantes, legales o no. Estoy seguro de que en Buenos Aires existen redes de explotación criminal -trabajadores esclavos, prostitutas, traficantes- por debajo de la pátina de normalidad casi for export que ofrece la ciudad en estos tiempos. Infiernos subterráneos, subsuelos dignos de Dostoievski.
Eastern Promises me recordó que no le prestamos suficiente atención al asunto. Y me hizo pensar que en Buenos Aires hay al menos un thriller semejante en espera de un artista que lo advierta a tiempo.