Marcelo Figueras
Ocurrió en diciembre de 2005, en un vuelo de America West. El experto en robótica David Hanson despertó cuando el avión en que viajaba tocó tierra en Las Vegas, rescató su laptop y bajó. Cuando se dio cuenta de que había olvidado algo a bordo, ya era demasiado tarde. La cabeza de Philip K. Dick había desaparecido del compartimiento de equipajes que estaba encima de su asiento.
Hanson admira a Philip K. Dick, el escritor de ciencia ficción cuyos relatos han sido la inspiración de películas como Blade Runner y Minority Report. Esa admiración redundó en la construcción de un robot tamaño natural que tenía las facciones de Dick, muerto en 1982. El robot, capaz de adoptar expresiones faciales convincentes, podía además sostener rudimentarias conversaciones sobre las ideas y la obra del escritor. De hecho su software incluía información sobre textos inéditos, que fueron proporcionados a Hanson por las dos hijas de Dick. Quien sea que tenga ahora en su poder la cabeza del robot, podrá obtener de sus “labios” –hechos de una sustancia gomosa parecida a la piel a la que Hanson llama frubber– textos que nadie conocía, ni siquiera entre sus fans. Paradójicamente, el resto del cuerpo del androide arribó a destino sin problemas.
Warner Independent Pictures pensaba utilizar el robot en la promoción de la película de Richard Linklater A Scanner Darkly, basada en la novela homónima de Dick, que se estrena en los Estados Unidos el 7 de julio. ¡Hasta tenían la intención de sentarlo junto a David Letterman en su programa de TV!
Parte de la gracia del misterio radica en que Dick –el autor, no el robot- previó que en el futuro los androides y demás formas de inteligencia artificial reclamarían su libertad, al igual que sus antecesores humanos lo hicieron en su momento. Aunque la adaptación de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que se convertiría en Blade Runner fue libérrima, la mirada compasiva con que se contemplaba a los Nexus 6 era una traslación fiel del pensamiento de su autor.
¿Fue una mano piadosa la que se apoderó de la cabeza del androide, con la intención de concederle la libertad de su propio creador y de sus empleadores de la Warner? ¿Fue un fan de Dick, ilusionado por la posibilidad de conversar a diario con la cabeza de su ídolo, como en un episodio de Futurama? ¿O simplemente alguien que se sentía demasiado solo y lo arriesgó todo para tener la posibilidad de conversar con alguien –aunque más no fuese con el clon de un autor de ciencia ficción?
“Mucha gente dice que el incidente se parece mucho a las ficciones de Dick,” declaró el pobre Hanson al New York Times, “uno de los giros absurdos que son tan comunes en su narrativa”. Yo creo que el asunto se parece más bien a la realidad, que como suele decirse con tanto fundamento, siempre es más extraña que la ficción.