Marcelo Figueras
¿Seré acaso el único, entre los adictos a la serie, que se sintió un tanto decepcionado por el final de la última temporada de Lost? Es verdad que el final de la temporada anterior había sido impactante, y por ende difícil de superar. Pero esta vez el elemento sorpresa estaba viciado por una pista evidente. Existiendo un personaje llamado John Locke, como el filósofo inglés, ¿cómo podía uno pensar que no lo unía ningún lazo al nuevo y misterioso personaje llamado Jeremy Bentham -como otro filósofo inglés, que además fue influenciado por el Locke original? Y además el elemento más determinante de la trama -la posibilidad de la isla de ‘moverse’ de lugar- me pareció pobremente ejecutado. Hasta ahora, todos los elementos fantásticos o sobrenaturales de Lost admitían una posible lectura científica, o cuanto menos cientificista: desde el oso polar a la columna de humo. Incluso podrían pensarse mecanismos lógicos por los cuales la isla pudiese ‘moverse’, o en todo caso: dejar de ser vista donde se la solía ver. Si David Copperfield -el mago, no el protagonista de Dickens- pudo ‘desaparecer’ un elefante a la vista de todos, ¿qué nos impediría ‘desaparecer’ una isla? (Si dejamos que los muchachos del G-8 sigan en el mismo camino, podemos contar con que la isla desaparecerá sola a consecuencia del calentamiento global y la elevación del nivel de las aguas.) Pero que el mecanismo de esta operación pase por una suerte de rueda gigante que Ben Linus (Michael Emerson) empuja como si fuese Conan el Bárbaro, me pareció… ¿cómo decirlo? …too much.
Sin embargo lo que más me molestó -llámenlo defecto profesional- fue comprender que el impactante final anterior había sido tan sólo una fuga para adelante. ¿Cuál es el sentido de sacar a algunos de los ‘náufragos’ de la isla, para una temporada después ponerlos en la necesidad de volver? Que el truco resultó efectivo en su momento es innegable. Pero en términos puramente dramáticos carece de sentido -salvo para prolongar una historia que, ya se sabe, debe continuar dos temporadas más.
De cualquier modo, el primer capítulo de la quinta temporada me encontrará allí, donde siempre: delante del televisor. A esta altura del partido, no soportaría desentenderme del destino de estos náufragos. Cualquier serie que tenga un personaje protagónico que lee Our Mutual Friend, de Charles Dickens, merece mi fidelidad más estricta.