Marcelo Figueras
Un lugar común de la intelligenzia crítica es alabar cualquier cosa de los hermanos Coen. A esta altura del partido, yo tiendo a desconfiar de cualquiera de sus películas ‘serias’ con excepción de Blood Simple, su debut. Lo cual equivale a decir que no me trago ni Barton Fink ni No Country For Old Men. (La película, porque la novela original de Cormac McCarthy me parece increíble.) Lo que sí me gusta, sin embargo, son la mayor parte de sus comedias: Raising Arizona, The Hudsucker Proxy, Fargo, O Brother, Where Art Thou? -y por supuesto, The Big Lebowski.
A menudo el mecanismo que pone a andar una comedia de los Coen es una traslación, o entrecruzamiento, entre géneros. ¿Qué pasaría si mezclo una historia policial negra al estilo de las de James M. Cain con un personaje digno de las comedias televisivas de los años 50 -lo que va del Fred MacMurray de Double Indemnity al de My Three Sons? Algo muy parecido a Fargo. ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir La Odisea durante la Depresión de los años 30? Algo muy parecido a O Brother, Where Art Thou? ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir The Big Sleep de Raymond Chandler, en tiempos contemporáneos y con un stoner en lugar de Philip Marlowe? Algo muy parecido a The Big Lebowski.
The Big Lebowski es una película que para mí está llena de placeres. Empezando por la actuación de Jeff Bridges, uno de los verdaderamente grandes del cine de hoy, nunca reconocido a la altura de sus merecimientos. Su Jeff ‘the Dude’ Lebowski existe en el film con tanta naturalidad -fumón, felizmente desempleado, devoto del bowling y del cóctel White Russian-, que resulta fácil confundirse y creer que Bridges simplemente ‘es’ the Dude. Por lo demás, el retrato de Los Angeles a comienzos de los 90, un mundo donde todo es pretensión a excepción de the Dude y su psicótico amigo Walter (John Goodman), es sencillamente desopilante y alcanza un paroxismo kitsch en la versión de Hotel California interpretada -en algo que tan sólo parece español- por los Gypsy Kings.
En otras de sus comedias, a los Coen el pastiche se les va de las manos. Pero en The Big Lebowski todo existe en su justa medida. Una comedia ideal para ver con los amigos, bien tarde por la noche y después de haber bebido unos cuentos White Russians de más -vodka, Kahlúa y crema.