Marcelo Figueras
Tendemos a pensarnos como el resultado de circunstancias genéticas e históricas: las características de nuestro cuerpo y de nuestra salud nos vienen por vía sanguínea, las características de nuestro derrotero dependen del mundo -el tiempo, el lugar, el sitial preciso en la escala social- que nos haya tocado en suerte. Pero yo creo además que también somos producto de otras filiaciones, acaso -tan sólo acaso- más electivas. Estoy convencido de que en buena medida somos quienes somos a causa de los libros, las películas, las músicas que hemos amado -los libros, las películas, las músicas de de algún modo nos han elegido. ¿Se habría transformado T. E. Lawrence en Lawrence de Arabia de no haberse sentido convocado por sus libros favoritos (La Odisea y Le Morte d’Arthur, que lo acompañaron a su campaña en el desierto) a un destino manifiesto?
Yo creo que soy quien soy, y quien quiero ser, no sólo debido a mi familia y al tiempo y el lugar en que vine a nacer, sino también por obra y gracia de las ficciones que me moldearon como masilla tibia. ¿A qué causa mayor deberíamos atribuir la personalidad del Quijote: a la leche y los cuidados maternos o al permanente influjo de la literatura de caballería?
Durante siglos se nos ha sugerido que el hombre tiene la capacidad de elevarse por encima de sus circunstancias originales. Yo coincido con el dictamen, y precisamente porque coincido creo que las ficciones de las que nos enamoramos nos sirven de nave y de timón hacia el destino elegido.
Existen infinitas formas de escribir una biografía. Una de las menos transitadas y de las más precisas sería la de interpretar la vida a la luz de las obras artísticas que le otorgaron al hombres sus ilusiones, su imaginación, su ética y su horizonte. Aunque más no sea para probar si lo que acabo de decir es practicable, durante las semanas siguientes intentaré listar cuáles son las obras que, hasta donde veo, me han convertido en lo que soy.
Mañana mismo empiezo.