Marcelo Figueras
Tardé unos días en elaborar este texto sobre la condena a prisión perpetua de los genocidas Bussi y Menéndez porque la lectura del dictamen me llamó a confusión. Si bien la pena de por vida estaba expresada con todas las letras, la idea de ‘diferir’ -ese fue el término empleado- la decisión sobre el sitio donde habrán de purgarla se prestaba a equívocos. De hecho, la multitud que esperaba afuera del juzgado la interpretó de la peor manera. Dado que mientras prosiga el ‘diferimiento’ los genocidas seguirán encerrados en sus domicilios -Bussi, sin ir más lejos, mora en la casa lujosa de un riquísimo country-, la gente consideró que el tribunal los trataba con guantes de seda que, por cierto, ellos jamás emplearon con sus víctimas.
En el primer momento, yo preferí creer en el vaso medio lleno. Después de todo, la decisión diferida no implica necesariamente que vaya a optarse al fin por dejarlos morir en las casas de ricachones que habitan. También es cierto que, por edad -Bussi tiene 82 años-, la ley los habilitaría a reclamar el beneficio de la prisión domiciliaria, aunque uno se retuerza por dentro convencido de que no se merecen ningún privilegio.
Me tranquilizó un poco leer las declaraciones de Gerónimo Vargas Aignasse, diputado nacional e hijo del hombre cuyo asesinato derivó en el juicio de la condena, el ex senador Guillermo Vargas Aignasse. Gerónimo elogió el fallo del tribunal tucumano y, en lo que hace al lugar donde cumplir la pena, prefirió otorgarle el beneficio de la duda. En realidad hizo algo mucho, pero mucho más destacable: mostró compasión hacia Bussi. En declaraciones a Página 12, Vargas Aignasse admitió que Bussi es un hombre de salud precaria y declaró: ‘Pretendemos que cumpla su condena donde su salud se lo permita, sin que ello implique que goce de privilegios que no goza ningún otro condenado en la Argentina’.
La cuestión ya me había conmovido durante el trámite del juicio. Al ver llorar a Bussi en la sala, y delante de las cámaras, me resultó evidente que el viejo asesino apelaba a la piedad de los jueces y del pueblo todo. Y me pregunté si alguna vez las lágrimas de sus víctimas habrían suscitado en él algo parecido a un gesto de piedad. Las más de quinientas causas que siguen abiertas en su contra parecen indicar lo contrario.
Este proceso realizado en el contexto de un gobierno democrático le otorgó a Bussi y a Menéndez todas las oportunidades y garantías que ellos jamás concedieron a sus víctimas: el juicio justo, la posibilidad de defenderse, la difusión pública de sus casos y de sus argumentos. Que el hijo del hombre que asesinaron pretenda que no se los despoje de dignidad alguna conmovería a cualquier criatura de corazón vibrante. Pero a juzgar por la triste justificación de lo actuado que expresaron durante el proceso, tanto Bussi como Menéndez parecen más allá de cualquier posibilidad de redención pública.