Marcelo Figueras
Pero María Negroni no se contenta con escribir fantásticamente (Ah, ¡ella vive en una galaxia tan distante de aquella que suelen habitar nuestros narradores…!) Lo que a mi juicio convierte a La Anunciación en una gran novela es su convencimiento de que cuestionar la propia poética (“Te preguntarás, a estas alturas, sirenita, qué estás leyendo y yo te contesto, como a cualquier lector, depende de vos”, dice en un pasaje) equivale a cuestionarse la propia vida; de que preguntarse (para) qué escribo, y en consecuencia cómo escribiré, no se diferencia de la pregunta de (para) qué vivo y cómo viviré.
La Anunciación pone a prueba la analogía de Emma, en su versión complejizada: pintar (escribir) es pensar es sentir, términos inseparables, triángulo equilátero, la Santísima Trinidad que deberíamos venerar todos los narradores. Díganme si estos consejos que Athanasius desgrana para invitar a pintar de verdad no se aplican además a la escritura, pero ante todo a la vida misma:
“Para pintar, señorita… hay que atravesar muchas puertas: la del desasimiento, la del despojo, la del apuro, la de la oposición o dualidad, la de la tentación, la de seducir, la que confunde deseo y asombro y sobre todo, la del cansancio. Sólo alguien muy cansado, como Emma, podía atravesarse a sí misma hasta quedar borrada de la realidad y así acceder a la memoria del mundo que es la sombra donde estalla, eternamente, la presencia”.
Se pinta (se escribe, se vive) no para obtener algo, sino precisamente para perderlo; el cuadro (la novela, la vida) se define no tanto por lo que está allí, como por todo lo que elegimos dejar fuera de su marco; nadie debería actuar (pintar, escribir, vivir) para llegar a un fin, ni para salvar a nadie ni salvarse a sí mismo, sino –esto es lo único sublime a que podemos aspirar- para dar cuenta de lo inefable. Dice una de las voces de La Anunciación:“Hay que avanzar sencillamente hacia lo que no tiene respuesta, y así confiar en qué, en algún momento, uno pueda decir, como quien no quiere la cosa, no sé si existe lo que veo, o bien, no sé qué quiere decir”. En este sentido, la novela nunca sería un fin en sí mismo; los mejores relatos serían, más bien, aquellos que proceden a sabiendas de que anuncian –a la manera del enviado del Cielo frente a la virgen- la existencia de aquello otro, la maravilla innombrable e invisible, en tanto sólo puede ser oída a medias en un susurro, o contemplada de reojo.
Hay en Negroni una noción de la novela como pregunta múltiple a la que “hay que lanzarse, no para contestarla (las preguntas que importan no buscan respuestas) sino más bien –como quería Barthes- para lograr que permanezca abierta”, explicita en Galería fantástica. (Recurro tanto a este libro para hablar de La Anunciación porque nunca es más transparente un artista que cuando habla de otros.) Aquellas novelas que quieren contener o duplicar el mundo, sugiere allí mismo, cometen “un crimen contra la realidad’ y se convierten en naturalezas muertas. Se trata, por el contrario, de someterse a un proceso de deliberado despojamiento. “Porque de desnudez se trata, hay que insistir, cuando el fin es transformarse en verdadero artista”, dice también en Galería fantástica. En otro pasaje sugiere que “toda carencia (es) plétora”. Y también, al mencionar al Thomas que es protagonista de la película de Antonioni Blow Up, afirma que “llega a ese momento enriquecido por lo que ha perdido”. ¿Debería resistirme a la tentación de decir que un desasimiento similar serviría a cualquiera, incluso a aquellos que no son ni pretenden ser artistas, para vivir una vida más plena?
Lejos de perseguir respuestas falsas o complacientes, se pinta (se escribe, se vive) para plantear preguntas a aquello que no admite solución. O sea: para dar testimonio de esa presencia de la que habla Athanasius, del mismo modo en que la daba el monolito negro de la película de Kubrick. (Y que Led Zeppelin puso en la tapa, precisamente, de su álbum llamado Presence.)
¡Cuánto tiempo pasó desde la última vez que una obra de arte me animó a preguntarme cosas semejantes!
Con verdadera humildad les digo: María Negroni es una gran escritora, y La Anunciación es un pequeño milagro.