Marcelo Figueras
Por obra y gracia del zapping me crucé con RKO 281, la película producida por HBO que Benjamin Ross dirigió en 1999. RKO 281 es una dramatización de las circunstancias en que fue concebida Citizen Kane, la película de Orson Welles que tantos -yo incluido- consideran el mejor film de la historia. En líneas generales la anécdota es conocida: cómo el veinteañero Orson Welles, convertido en el hombre del momento por el éxito de su versión radiofónica de La guerra de los mundos, decidió debutar como director cinematográfico con un relato que era una versión apenas velada de la vida del magnate americano de los medios William Randolph Hearst. RKO 281 narra también los intentos que hizo Hearst por impedir el estreno de la película, incluyendo una oferta millonaria para comprar copias y negativos y destruirlos por completo. Entre otras tácticas igualmente reprobables, Hearst amenazó a las cabezas de todos los estudios de Hollywood -judíos en su mayoría- con una campaña antisemita y exposés sobre las cuestionables vidas privadas de sus estrellas, al mismo tiempo que Adolf Hitler avanzaba sobre Europa con armas similares: el poder y la difamación.
Lo que nunca me había detenido a calibrar es el coraje (en dosis similares a las de la inconsciencia) que Welles poseyó: un recién llegado a Hollywood y a la fama, un parvenu al que no se le ocurre mejor idea que utilizar el dinero y los medios del establishment para emprenderla contra uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos. Más allá de los motivos que lo inspiraron -entre los que no hay que olvidar un ego de las dimensiones del de Hearst, y un agujero negro afectivo que llenar tan devastador como el impulsa al Kane del film-, el simple hecho de que Citizen Kane haya no sólo sobrevivido a Hearst sino también al fracaso económico es un testimonio del poder abrasador del arte cuando alcanza el nivel de la genialidad -una genialidad que también hay que atribuirle, entre otros, al guionista Herman J. Mankiewicz y el fotógrafo Gregg Toland.
RKO 281 subraya el paralelo entre los dos titanes, y aprovecha la intención que Welles tenía por entonces de rodar una vida de Cristo después de Kane para insistir en la frase del Evangelista: Aquel que quiera conquistar al mundo perderá su alma. Hearst y Welles pagaron altísimos precios por su ambición, pero los cinéfilos del mundo -más aun: los devotos del arte- no dejamos de sacarle jugo aun hoy a la obra que resultó de su colisión. Cada vez que me pregunto por qué nadie escribió la Gran Novela Americana, me respondo de inmediato: porque Citizen Kane ya existe desde 1941.