Marcelo Figueras
¿De dónde sale la bondad? Porque está claro que no es una propiedad evidente del universo. El universo no es bueno. Simplemente es. Se comporta de acuerdo a las leyes que ha ido proponiéndose a sí mismo -leyes que, por lo demás, y a contramano de cierta pretensión humana, son siempre plásticas y por ende reformulables-, y a la que sus criaturas no tenemos más remedio que atenernos.
Es fácil pensar que el universo es cruel, porque cuando no nos limita con sus leyes, nos golpea con sus excepciones. El domingo por la noche veía una serie que he empezado a seguir, llamada Breaking Bad. Su historia central es simple: Walter White (Bryan Cranston, que descollaba en el terreno de la comedia como el padre de Malcolm in the Middle) es profesor de química de una escuela secundaria de New Mexico. Padre de un hijo adolescente víctima de una enfermedad cerebral, Walt está esperando un nuevo niño -niña, en este caso- cuando descubre que está enfermo de cáncer de pulmón y sólo le quedan dos años para vivir. A nadie puede extrañar que Walt sienta que el universo se ha complotado en su contra. La decisión de utilizar su conocimiento para fabricar drogas químicas y obtener así dinero con que asegurar el futuro de su familia es, qué duda cabe, profundamente comprensible. Pero ni siquiera así podríamos concluir que el universo es malo, o más precisamente: no-bueno. Para ponerlo en los términos del Dos Caras de The Dark Knight, el universo es justo en términos que podríamos definir como matemáticos: en el marco de sus leyes, somos beneficiados -o no- por la regla de las probabilidades. Al pobre de Walt le tocaron algunas bolillas negras. Si no le hubiesen tocado a él, le habrían correspondido a otro. Y en ninguno de esos casos el universo sería menos malo, ni más bueno.
Creo que vale la pena preguntárselo otra vez: ¿no será que existe algo, en el universo, que más allá de su frialdad aparente nos permita extrapolar la noción de lo bueno? En algún sentido, el universo comparte características con la bondad. Es gratuito, en el sentido que podría no habernos sido dado y sin embargo aquí está. Dentro de un marco estricto -tiempo y espacio, para empezar- nos lo ha concedido todo: la vida, la salud, la posibilidad de actuar conforme a razón, y en consecuencia de suplir con esfuerzo aquellas cosas de las que quizás carezcamos en nuestra circunstancia -abrigo, alimento, etcétera. Insisto: nos lo ha dado (prácticamente) todo, sin pedir nada a cambio. ¿No es esa una de las características esenciales de la bondad, la generosidad que opera sin otra razón que su deseo de ser?
Y si así fuere, ¿no constituiría la bondad el modo, por así decirlo, más natural de ser? ¿La manera de funcionar en sincronía con un mundo que es pródigo en todo aquello que necesitamos: verbigracia, agua, oxígeno, luz solar y alimentos de todo tipo? Si aceptásemos semejante hipótesis, la pregunta que surgiría de inmediato sería la siguiente: ¿qué nos apartó de ese mundo con vocación edénica conduciéndonos en cambio al mundo salvaje de hoy, en el que vivimos, por así decirlo, de modo tan antinatural?
Mañana la sigo. Aunque la escasez de comentarios (gracias Amalia y Daniel, y gracias Serpiente por la intervención maravillosa de Simone Weill) no haga otra cosa que confirmar hasta qué punto la bondad es hoy un tema incomprensible -un lenguaje que nuestras sociedades han desaprendido.