Marcelo Figueras
Me quedé colgado del artículo que el dominical de El País dedicó a la música con que los militares de Guantánamo torturan a sus prisioneros. Basándose en información que Clive Stafford Smith difundió en The Guardian y textos que en la web difundieron New Statement y MotherJones (vayan a MotherJones.com, cliqueen Torture Playlist), el periodista Toni García -casi homónimo de un personaje de Juan Sasturain- sostiene que los militares estadounidenses atormentaban a sus prisioneros sometiéndolos a repeticiones interminables de Born in the USA, la canción del dinosaurio Barney, temas de Britney y Cristina Aguilera y páginas aguerridas de Metallica y Rage Against the Machine.
Está claro que cualquier estímulo reprisado hasta el hartazgo puede convertirse en tortura. Ya lo contaba Kubrick en la versión fílmica de La naranja mecánica, donde al caer en manos de la ley el pobre Alex (Malcolm McDowell) recibe sobredosis de Beethoven que terminan conviertiendo la música del excelso alemán en una ordalía sin fin. El principio de la repetición es tan independiente de la calidad y dirección de la música, que hasta vocales opositores a la América republicana -como Springsteen, como Rage Against the Machine- pueden ser utilizados como arma en manos de aquellos a quienes detestan.
Sin ánimo de banalizar las violaciones de los derechos humanos que son la esencia de Guantánamo, creo que a ninguno de nosotros nos costaría nada intuir lo que se siente ante la omnipresencia de un estímulo. En algún sentido, la entera sociedad de consumo oficia como versión light de Guantánamo: cuando nos quiere vender algo, nos taladra el cerebro día y noche con su musiquita hasta crear necesidad de aquello que, hasta entonces, no éramos conscientes de necesitar. (Por algo una de las músicas preferidas de los torturadores de Gitmo es el jingle de una comida para gatos: ¿quién está libre de haber sentido náusea ante una publicidad repetida ad infinitum?) Y aunque uno se encierre en su casa y cierre además las ventanas virtuales que el sistema abre en livings y estudios (hablo de la radio, de la TV, de internet), ni siquiera así estaremos a salvo, porque los vecinos siguen con sus ventanas abiertas de par en par y la música que ellos escuchan atravesará nuestros muros lo queramos o no. E incluso en el caso de que nuestros vecinos sean sordos, bastará con que llamemos a cualquier empresa -desde un banco hasta una pizzería-, para que el fenómeno del ‘llamado en espera’ nos deje en compañía del hit del momento, en versión ringtone.
Resignémonos: no hay forma de escapar al hit del momento -¡y mucho menos en verano!
Como humilde forma de manifestar empatía con tantas víctimas, incluiré a continuación un Top Ten de músicas que me torturan aun cuando escuche apenas unos pocos compases.
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Cualquier cosa de la banda argentina Miranda. Por más que la intelligenzia crítica pretenda que son geniales, por irónicos, sigo creyendo que son un crimen contra el oído. (En el libro Espíritu de simetría que compila sus artículos, Angel Faretta cita a Claude Chabrol diciendo: ‘El crítico debe imponer lo que es bueno. Y para imponerlo, todo, absolutamente todo, es bueno. Comprendidos los insultos a aquellos que los merezcan’. Al menos para mí, Miranda se merece todos los insultos.)
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Cualquier cosa de la banda argentina Vilma Palma e Vampiros, como mis amigos ecuatorianos saben bien.
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Aunque me produce escalofríos coincidir en algo con torturadores, creo que el dinosaurio Barney -su existencia toda, más allá de sus canciones- es más insoportable que el potro o la horca caudina.
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Mika.
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Lo que muchos argentinos entienden por cumbia. En el microclima del progresismo local queda bien decir que a uno le gusta la cumbia (ese chi chiqui chi que mana a todo volumen de tantos autos con los que uno coincide tristemente en un semáforo), pero a esta altura de mi vida mis oídos se niegan a encontrarle otro valor más allá del político-sociológico.
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Ricardo Arjona. Los presos de Guantánamo deberían dar gracias al cielo de que los yanquis no lo conozcan.
Habrán notado que prometí un Top Ten y sólo mencioné seis cosas. Los cuatro puestos restantes de la lista se los cedo a ustedes.