Marcelo Figueras
Durante la campaña por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, toda la gente con la que me crucé que confesaba intenciones de votar a Macri pertenecía a estas clases medias de las que vengo hablando. Yo no culpo a las clases más acomodadas por elegir a Macri, que después de todo es uno de los suyos y juega consistentemente para ese bando. Tampoco puedo culpar a los más humildes, gente que se compró a Macri “porque es de Boca”; se trata de votantes que no tienen acceso a medios de comunicación que informen a fondo y promuevan el debate, ellos conocen a Macri de las transmisiones de fútbol y de sus intervenciones en los programas banales que conforman el grueso de la transmisión televisiva de aire. Pero sí puedo pedir razón de sus actos a la gente que se parece a mí, que tiene un pasar más o menos tranquilo, vivienda propia, educación formal hasta el fin del secundario, servicio de cable y vacaciones pagas todos los años. Quiero decir, gente que carece de excusas para ser miope, y que si decide jugar el papel lo hace a conciencia de ser cómplice con la prolongación de un estado de injusticia social generalizada.
Cuando le preguntaba a esta gente por qué pensaba votar a Macri, los argumentos que esgrimían eran siempre los mismos. Por ejemplo, que Macri “es un buen administrador”. No conseguí que uno sólo me dijese cómo le constaba ese hecho, dado que Macri hijo siempre ha formado parte, de una u otra manera, de las empresas creadas o administradas por su padre. (Salvo que se refiriesen a Boca, que a fin de cuentas es una máquina de producir oro que hasta yo administraría bien.) Cuando les preguntaba por qué consideraban que la ciudad de Buenos Aires era ante todo una empresa –¿para qué es fundamental un administrador, si no para una empresa?-, tampoco respondían nada coherente. Les planteaba entonces la situación de aquellas personas que no pueden redituarle ganancia alguna a la empresa-Buenos Aires: indigentes, gente con deudas insalvables, recolectores informales de basura, huérfanos, convictos, enfermos. ¿Qué es lo que debe hacer un “buen administrador” con todos ellos? Me pregunto si los planes de Macri para erradicar las villas de esta ciudad son una respuesta a este intríngulis mío.
Lo cual me lleva a interrogarme por las razones ocultas por las que gente como la que describo vota a Macri. Dado que el gobierno de la Nación ha perseverado en su política de rechazar todo tipo de represión a las manifestaciones populares, el Macri convertido en líder de la oposición en Buenos Aires significa un coto a los cortes de calles por protestas, a los cartoneros por todas partes, a la delincuencia urbana. Por supuesto esto es imposible, porque apenas Macri cometiese el error de reprimir o de adoptar ostensibles políticas de exclusión la ciudad se convertiría en un infierno, pero hay mucha gente convencida de que Macri transformará la ciudad en un gran country, o en el peor de los casos en un barrio privado. Creo que muchos sienten, aunque jamás lo confesarían, que haber votado a Macri los convierte en parte de la “gente como uno”. Después de todo tiene sonrisa de blanqueador, ojos azules, usa camisas al tono y no levanta nunca la voz, lo cual lo preserva de la chabacanería. Alguna gente se sentirá más rubia esta semana, de eso estoy seguro.
Supongo que Macri seguirá disimulando sus verdaderas intenciones durante algún tiempo, tal como lo hizo en toda la campaña. Algo ya ha empezado a revelar, al expresar sus intenciones de despedir a miles de empleados de la comuna. (En realidad pretende que el todavía intentente Jorge Telerman se haga cargo de esta tarea sucia, sin duda alguna para preservarse de una reacción popular adversa.) Mientras tanto, seguiré preguntándome qué habrán sentido después de la guerra aquellos alemanes de clase media que votaron a Hitler, convencidos de que los ayudaría a poner coto a “la chusma judía” que pululaba en sus calles y afeaba sus salones.
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Les pido disculpas por haberlos fatigado con este asunto. Pero me parece demasiado grave para consignarlo a la ligera.