Marcelo Figueras
No me sorprende que Zodiac haya fracasado en la taquilla.
Mucha gente habrá esperado ver la nueva película de asesinos seriales filmada por el inventor del subgénero, David Fincher, aquel de Seven o, como se la estrenó aquí en la Argentina, Pecados capitales. Algunos habrán sido atraídos por el morbo del caso real, aquellos crímenes que alguien que se hacía llamar Zodíaco se atribuyó en California entre 1969 y comienzos de los 70, contribuyendo con los funerales de la Era de Acuario. Otros tantos, menos informados, habrán acudido en busca de un policial convencional, con una serie de crímenes que concluyen en esclarecimiento y el reestablecimiento de una noción de orden que desmienta el caos ocasional que este tipo de villanos –los Hannibal Lecter de la ficción, los Cho Seung-Hui del mundo real- suelen sembrar en nuestras precarias existencias. También escuché voces alabando la película a medias, diciendo que Zodiac está bien pero que, dado que dura dos horas y casi cuarenta minutos, podría perder una hora de metraje y ganar en el proceso. Sin embargo yo, que por fin la vi este sábado después de postergaciones infinitas (hijas enfermas, cambios de horarios en los cines por culpa de Piratas del Caribe 3, la concreción de un viaje), tengo la sensación de estar en franca minoría, o por lo menos de haber presenciado una película distinta. Para mí Zodiac es una muy buena película en la que hay asesinos seriales, policías e investigaciones al uso, pero que trata sobre algo distinto: en primer lugar sobre el miedo, y subsecuentamente sobre la necesidad imperiosa, y por ende lindante con la obsesión, de sobreponerse a su relato devorador.
Fincher, que supo convertir al asesino de Seven en una criatura aterradora, pinta al criminal de Zodiac como un simple ser humano, más próximo al ridículo que a la Maldad con mayúsculas. Este asesino es apenas el catalizador, el McGuffin que nos introduce a las historias de tres personajes muy distintos: el periodista Paul Avery (Robert Downey Jr., magnífico como casi siempre), el policía Dave Toschi (Mark Ruffalo, otro gran actor) y el caricaturista metido a investigador Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), que más allá de sus diferencias se ven hermanados por la obsesión común. Para Avery, el Zodíaco es una oportunidad de ocupar el centro de la escena: el periodista que en realidad desea ser protagonista de la noticia. Toschi, el policía que sirvió como inspiración a Steve McQueen para la creación de Bullitt, siente que la resolución del caso podría convertirlo en una figura más parecida al detective del cine. En cambio Graysmith, que es apenas un dibujante político y por lo tanto está ajeno a la cocina de la investigación, se obsesiona con el criminal por las mismas razones que el común de los mortales: porque le tiene miedo, porque teme convertirse en una víctima más, porque tiembla ante la posibilidad de que ataque a los suyos –en este caso, a sus pequeños hijos.
Como Avery y Toschi antes que él, Graysmith se distancia de su propia vida para perderse en los senderos de la obsesión. En algún sentido se parece al Roy Neary de Encuentros cercanos del tercer tipo: un hombre común a quien el azar enfrenta a lo inefable, un cruce del que ya nunca regresan; tanto Graysmith como Neary se dejan devorar por la intuición de una verdad más grande que sus propias vidas. En el caso de Neary, la existencia de los extraterrestres le sugiere la posibilidad de lo divino. Para Graysmith, en cambio, ese miedo informe, que todo lo contamina y que todo lo transforma, es algo a lo que debe imponerse para seguir viviendo. Cuando su esposa le pregunta por qué se empeña en seguir investigando, Graysmith le dice que necesita ver al asesino a los ojos. Lo suyo no es una valentía hollywoodense, sino la certeza de que sólo esa evaluación –la de comprobar que el asesino es un ser humano como él, y por ende igualmente frágil y finito- puede devolverle el control sobre su vida.
En este tiempo tan rico en miedos informes (el terrorismo, la inseguridad, la inmigración, la posibilidad de una hecatombe económica), Zodiac sostiene que hay forma de imponerse a ese anquilosamiento, pero no disimula que la salvación entraña un trabajo casi inhumano y una concentración lindante con la obsesión, virtudes que no abundan en sociedades que predican la indolencia.
No me sorprende que Zodiac haya fracasado en la taquilla. La verdad nunca es tranquilizadora.