Marcelo Figueras
Viajé toda la noche, dormí mal y poco y me duelen hasta los pies, pero ya estoy de regreso en Buenos Aires. El viaje a Barcelona fue breve, pero tan intenso que hizo que el esfuerzo valiese la pena. Conocí a Félix de Azúa, que resultó un encanto. (A Roncagliolo ya lo conocía, nos vimos cuando pasó por Buenos Aires durante su Alfaguara’s Prize Neverending Tour del año pasado.) También conocí a Eduardo Mendoza, a quien admiraba desde hace mucho y hoy todavía más, desde que hizo realidad un sueño de mi padre: escribir una novela protagonizada por un dentista. Caminé como loco por la ciudad en busca de The Yiddish Policeman’s Union, de Michael Chabon, guiado de librería en librería por Rodrigo Fresán. (O quizás debería decir por Daniel Fresán, que daba grititos de placer y de aliento desde la vanguardia, como mascarón de proa de su cochecito de bebé.) Comí mariscos en el Kiosko Universal. Tomé un café con Juan Gabriel Vásquez, uno de mis escritores latinoamericanos favoritos. Y me reencontré con mi amigo Pasqual Górriz, un fotógrafo maravilloso, con quien hace algunos años toleramos gases lacrimógenos y esquivamos balas en la Palestina ocupada.
Pero lo más emocionante de todo, como ya lo dijo Azúa en su propio blog, fue el encuentro con algunos de aquellos con quienes nos escribimos a diario. Conocí a Caetana, que en efecto sucumbió a la timidez y más que irse, se desvaneció en el aire sobre el final. Conocí al ubicuo Antonio Larrosa. (Estoy empezando a desarrollar una teoría de acuerdo a la cual Larrosa es Dios: porque está en todas partes y porque lo hace todo, menos quizás salvarnos.) Conocí a Serpiente Suya y a Olga Trevijano (que llevaba tiempo desaparecida y sin dar señales, al punto de hacerme preocupar) y a Ana María Berasategui y también a Nicolás. Si hubo alguno más no me enteré, porque nadie más se dio a conocer. Pero soy consciente de haber entablado conversaciones con gente que hablaba como si nos conociésemos de toda la vida, así que mi agradecimiento va también para las tímidas y tímidos que se acercaron el martes a la librería La Central de la calle Mallorca, en el corazón de una de las ciudades que más amo. (Siempre paso corriendo por Barcelona, porque temo que si me quedo un día extra tan sólo por estar, no podré irme nunca más.)
Durante la charla de presentación de los libros del blog, lo escuchaba a Félix –amante de las ideas y de las formas puras, como buen poeta- hablar del carácter fantástico e inasible de la gente que nos lee y escribe a diario, y me decía por dentro: ojala se equivoque, aunque más no sea un poquito. Porque si bien entendía el concepto a que apuntaba (de hecho nos relacionamos a diario con gente sobre cuya existencia no podemos dar fe; yo descubrí, por ejemplo, que al menos dos de los que pensaba individuos eran la misma persona), el efecto que tienen sobre mí es emocional, y por lo tanto clara, inequívocamente real. Supongo que lo que necesitaba era certificar que existían. Lo haya querido o no, Félix lo certificó también: sus seguidores son legión, es obvio que lo veneran. A Santiago también lo trataron de maravillas, por fortuna aquellos que lo maltrataron hace tiempo por no apreciar a Bob Dylan cantaron ausente. En lo que a mí respecta, encontrarme cara a cara con personas que hasta ayer eran tan sólo noms de plume fue una experiencia tan extraña como satisfactoria: sorprende sentir que fluyen de uno sentimientos de empatía, de afinidad y de afecto hacia rostros que hasta ese momento eran por completo desconocidos.
Vivimos en sociedades que tratan de apartarnos de los demás, contradiciendo al poeta que creía que no man is an island: por el contrario, los poderes de este mundo apuestan a hacer de cada uno una roca solitaria en medio de la mar. Una de las cosas que yo esperaba de la experiencia de El Boomeran(g) era la ruptura de este encapsulamiento, la posibilidad de crear comunidad. Ahora sé que hice bien en tener fe. Ojala aquellos que estuvieron y los que quisieron estar aunque no hayan podido se sientan parte de algo bello, porque eso es lo que me han regalado: la maravillosa sensación de no estar solo, de saberme acompañado e interpelado a la vez, de formar parte de algo que es mucho más interesante que nuestras individualidades. Gracias a todos ustedes, y por supuesto también a la gente que hizo posible el encuentro: Basilio Baltasar, Giselle Etcheverry Walker y Ximena Godoy de La Oficina del Autor, Gerardo Marín y Yolanda Cortés de Alfaguara, y también la gente de la librería La Central.
Como diría Claude Rains en el final de Casablanca: ojala esto sea es el comienzo de una bella amistad