Marcelo Figueras
Después de haber hecho una lectura de La batalla del calentamiento en Waldbronn (que a esta altura es lo más parecido a un segundo hogar que tengo en Alemania), llegué a Frankfurt, la ciudad que los escritores registramos ante todo como sede de la Feria más importante del mundo en materia de libros. Y allí conocí a la gente de la Sociedad para la Promoción de la Literatura Africana, Asiática y Latinoamericana. ¿Qué es lo que hacen estos alemanes tan delirantes como maravillosos? Pues lo que su augusto nombre propone, dado que están convencidos de que la ficción literaria no se agota en Europa ni en los Estados Unidos: promueven las traducciones al alemán de autores de los tres continentes mentados (en este año, sin ir más lejos, han colaborado económicamente con editoriales para traducir novelas del peruano Daniel Alarcón, de Martín Kohan y de la uruguaya Cristina Peri Rossi, entre otros autores -como yo, por ejemplo), compilan material informativo sobre nuestras letras asesorando a editoriales y medios alemanes, mantienen al día un banco de datos al que todos pueden acceder (me encanta descubrir allí a Der Robin Hood von San Fernando, que es como rebautizaron al maravilloso libro de Crstian Alarcón Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) y organizan lecturas y encuentros, además de colaborar con la mismísima Feria.
Conversando con una de sus representantes, Corry von Mayenburg, le cuento que en América Latina ni siquiera podemos coordinar entre nuestros propios países para difundir la literatura que hacemos. Los colombianos no conocen la inmensa mayoría de lo que hacemos los argentinos, los chilenos no saben de los mexicanos, los uruguayos desconocen a los ecuatorianos -y viceversa, en todos los casos. ¡Y eso que ni siquiera tenemos que sortear la dificultad de que alguien nos traduzca!
Espero que Corry haya entendido que las desventuras latinoamericanas de las que le hablé (nuestros países no parecen tener gran interés en fomentar el intercambio cultural) eran un elogio indirecto al interés que ellos ponen en conocer y difundir voces distintas de las suyas, y también de las predominantes en inglés.
Por la noche, al término de mi lectura en un pequeño castillo que lleva el apropiado nombre de Gotisches Haus, conozco a Roland Spiller, un profesor de la Universidad de Frankfurt con particular debilidad por la literatura latinoamericana en general, y argentina en particular. Me dice entusiasmado que viajará a la Argentina en mayo, para participar de un coloquio sobre el tema. Poco después me entero de un encuentro que también ocurrirá en la Argentina entre traductores alemanes que trabajan sobre originales en español. Es obvio que esta gente tiene un interés militante en el otro: otras voces, otros ámbitos, diría el viejo Truman. Y que ese interés los dignifica, en tanto muestra cuán abiertos están a nuevas experiencias.
A este respecto, al menos, me gustaría que alguna vez caminásemos en sus huellas.