Marcelo Figueras
No sé nada de poesía, pero puedo reconocer a un poeta cuando lo veo.
De todo lo que se dijo -mucho, y con justicia- sobre Juan Gelman en ocasión de recibir el premio Cervantes, lo he olvidado todo salvo un verso a partir del cual se pueden construir universos. Es parte de un poema llamado Sí, y constituye una de esas frases que uno querría escribir en todas las paredes de la ciudad y hasta en la propia tumba a modo de epitafio. El verso encierra en tan sólo cuatro palabras un plan de vida, un programa revolucionario (que empieza, como cuadra a un poeta, revolucionando el lenguaje) y un mensaje para las generaciones por venir, a modo de definición de la condición humana. Dice (¿simplemente?) así:
‘El emperrado corazón amora’.
No sé ustedes, pero a mí me gustaría ganarme el derecho a sentirme expresado por ese verso.
La sorpresa fue el segundo poeta a quien descubrí entre tanto artículo celebratorio. Se llamaba -se llama- Marcelo Gelman, era -es- el hijo de Juan que fue víctima de la dictadura militar y no tiene -creo- obra édita individual, pero me basta con el corto poema que llegó a mis manos para considerarlo en la misma categoría que su padre. El texto formó parte de la extensa charla que Horacio Verbitsky sostuvo con Juan Gelman en Madrid, en un hueco entre uno y otro homenaje, y que publicó Página 12 hace algunos días. Gelman recordó allí una cena durante la cual Marcelo escribió un poema sobre un mantel de estraza. Versos que, como resulta inevitable en un padre huérfano de hijo, Juan recordó de memoria:
‘la oveja negra
pace en el campo negro
sobre la nieve negra
bajo la noche negra
junto a la ciudad negra
donde lloro vestido de rojo’.
Gelman dice haber conservado algunos otros poemas de Marcelo, que han sido publicados en una antología de poetas desaparecidos (‘Hay más de cien’, aclara: más de cien poetas muertos, otro de los tristes records de la dictadura.) Según Juan, muchos de esos poemas suenan a ‘auto profecías cumplidas’. Supongo que Gelman se referirá a intuiciones que aquellos poetas habrán tenido sobre su propio destino. Pero en esta Argentina del campo maldito, cubiertas por cenizas de un volcán y llena de gente que parece añorar la noche negra, los que lloramos vestidos de rojo somos mucho más que cien; el poema-profecía también nos nombra.