Marcelo Figueras
No me gusta ver series que han sido canceladas antes de tiempo. Sería como aceptar un romance con fecha prefijada de expiración. ¿Para qué invertir tiempo y esfuerzo en trama y personajes que nunca terminarán de desarrollarse como deben? Sin ir más lejos HBO está tratando de venderme una llamada John From Cincinatti, en la que no pienso entrar porque me consta que ya la han levantado en los Estados Unidos. Pero con Studio 60 On the Sunset Strip hice una excepción. La culpa es del actor Matthew Perry, a quien Rodrigo Fresán llamó alguna vez “el Friend que le gusta a la gente como uno” o algo así. Perry es en efecto mi favorito entre los Friends. A pesar de que ya sabía que Studio 60 había sido cancelada al final de su primera temporada, decidí darle una oportunidad. Y me quedé enganchado.
Cualquier serie que habla sobre la televisión y elige Network como su modelo merece mi atención. El capítulo inicial de Studio 60 abre con una crisis durante una emisión en vivo que cita con todas las letras a aquella de Peter Finch en la película de Sidney Lumet: el productor Wes Mendell (Judd Hirsch, actor invitado) estalla después de que le censuran por enésima vez un sketch de su show, llamado igual que la serie Studio 60 On the Sunset Strip. (La idea es que el programa-dentro-del-programa es uno de sketches humorísticos, al más puro estilo Saturday Night Live.) Entonces sale al aire para contarle al público lo ocurrido y hablar sobre el triste estado de la TV. (Si la TV americana le parece pobre a Mendell, debería darse una vuelta por Buenos Aires para volver a sentirse privilegiado.) Su crisis culmina en despido, lo cual determina la contratación del productor Danny Tripp (Bradley Whitford) y del guionista Matt Albie (Perry) para rescatar al programa de su acefalía. Con la ayuda de la nueva presidenta del canal, Jordan McDeere (la encantadora Amanda Peet), Tripp y Albie intentarán devolverle al show su antiguo esplendor irreverente mientras combaten las presiones de grupos religiosos, anunciantes y monstruos de similar calaña –empezando por los responsables de la corporación que es dueña del canal.
Admito que soy sensible a las batallas contra molinos de viento, aun cuando el destino de la serie real subraye que terminarán perdidas. Además la mirada a la TV desde adentro dirigida por gente que la conoce bien –el creador de Studio 60 es Aaron Sorkin, productor y guionista de The West Wing– despierta mi morbo: me encanta enterarme de qué habas se cuecen en la cocina de las corporaciones de medios. Por lo demás Perry está muy bien y Amanda Peet también. (Por los mismos motivos que Perry, pero además por otros.)
Así que aquí me tienen, enganchado con una serie con muerte anunciada. Pero disfrutándola en el proceso sin culpa ninguna, dado que cualquier capítulo de Studio 60 es mejor y más inteligente que el promedio de las basuras que Hollywood nos inflige semana tras semana.
Dios proteja a las series, ahora y siempre. Amén.