Marcelo Figueras
Lo primero que hizo mi amiga Miriam cuando le dije que mi próxima novela iba a ser “una de aventuras”, fue –con buen tino- reírse de mí. Lo segundo que hizo fue enviarme un texto de Leopoldo Marechal. Se trata de prólogo a su novela El banquete de Severo Arcángelo (1965), que el viejo maestro dedicó a su esposa Elbia, a quien solía llamar en sus textos con el nombre de Elbiamor. (¿Se imaginan a un escritor de hoy dedicando su obra a una amada, y recreando su nombre con una apelación tan frontal al sentimiento que despierta en su alma? ¡Nadie tiene tantos cojones en estos tiempos!)
Pero en fin, Miriam me lo envió porque recordaba que Marechal había concebido su novela con intenciones parecidas a las que yo cacareaba. “Desde mi niñez vine soñando con escribir una historia de aventuras,” dice Marechal. Según cuenta, a los diez años produjo su narración inicial, El pirata rojo, “a la manera de Salgari, mi entonces querido y envidiado maestro”. Después confiesa que “se me trabucaron los planes y la vida,” como nos suele pasar a todos. De pequeño ansiaba producir “una historia de niños para niños”, y ya adulto escribió Adán Buenosayres, que era “una historia de hombres para hombres”. “No obstante, mi sueño infantil quedó en pie”, asevera: ese sueño hecho libro fue El banquete de Severo Arcángelo. Según Marechal, es una novela de aventuras que se dirige “no a los niños en tránsito hacia el hombre, por autoconstrucción natural, sino a los hombres en tránsito hacia el niño, por autodestrucción simplificadora”.
Me encantó. Más allá del hecho de que jamás podré escribir algo tan delirante y tan sublime como El banquete, me gustaría suscribir las palabras del prólogo como si constituyesen un programa de acción. Yo también sueño con este asunto desde niño, yo también idolatré –y todavía idolatro, ¿por qué no?- a Salgari, yo también escribo, o querría escribir, para los hombres y mujeres que se encuentran “en tránsito hacia el niño”.
Ojalá tenga el coraje alguna vez para dedicarle un libro a mi amada. Después de todo, pocas aventuras siguen siendo tan necesarias, y están a la vez tan necesitadas de épica, como el mismo amor.
Mi sueño infantil también sigue en pie.