Marcelo Figueras
‘Yo no soy latino’, dice Soderbergh en la entrevista de Aint It Cool News, ‘y por lo tanto no tenía ninguna idea preconcebida (sobre el Che) que necesitase deconstruir o solidificar. Fui más bien una suerte de lienzo en blanco, tomando todo lo que leía y me decía la gente que lo conoció. En ese sentido, el film es realmente la impresión que me armé a partir de aquella información a la que me expuse. Quiero decir, (el Che) no era muy cálido que digamos, no era precisamente… alguien que se pudiese considerar abrazable’.
Soderbergh repite la frase que le dijo un médico que trabajó con Guevara en la parte final de la campaña. Este hombre, Fernández Mell, expresó lo siguiente: ‘Al Che uno tenía que amarlo gratis’. Sugiriendo, según entiendo y también aventura la película, que uno tenía que tomarlo como venía sin esperar nada a cambio. ‘El Che era revolucionario todo el día y todos los días, y eso significaba para él la imposibilidad de sostener relaciones al modo de la gente común’, dice Soderbergh. Ese es el Guevara que alcanzamos a ver en Che Part 1: un hombre lleno de características admirables, pero al que nunca podemos entender del todo -porque funciona de un modo implacable que está en las antípodas de nuestra sensibilidad posmoderna, egoísta y veleidosa.
Quizás en Che Part 2, al aproximarse al hombre en su hora más difícil, Soderbergh se permita -y nos permita- un ramalazo de luz sobre aspectos que Guevara prefería mantener escondidos. O tal vez no. A mí no me molesta que el Che sea opaco como el monolito de 2001 en tanto entiendo esa opacidad como desafío, el llamado a aproximarme cada vez más al calor de su misterio.