Jorge Eduardo Benavides
Como podrán observar en los textos que hemos rescatado para colgar esta semana, y como suele ocurrir casi siempre, hay propuestas muy diversas y con grandes aciertos, así como con fallos que entorpecen el fluir del texto. Creemos que estos cuatro textos plantean, en líneas generales, la tendencia de los ejercicios que se han recibido, las posiciones desde donde se narra y los recursos más habituales para encarar la consigna, como veremos en el comentario que adjuntamos.
Respecto a nuestro intenso debate de estos días acerca del lenguaje sencillo y efectivo o el lenguaje refinado y exquisito, pensamos que tal dicotomía sólo se presenta cuando el lector observa fallos en el mecanismo esencial de la ficción, cuando la historia que está leyendo empieza a desvanecerse y su lectura se vuelve enojosa y ríspida. Y ello ocurre con el lenguaje más «simple» como con el lenguaje más «elegante», por decirlo de alguna manera. Mario Vargas Llosa, en sus «Cartas a un joven novelista», habla del carácter necesario y contingente del lenguaje, esto es, de la manera en que el narrador usa el lenguaje propicio para que el lector sienta que lo que está leyendo no se puede contar de ninguna otra manera, con ningún otro lenguaje. Así, un lenguaje culto y engolado resulta maravilloso en Alejo Carpentier pero probablemente en casi ningún otro escritor, mientras que un lenguaje simple y directo como el del Hemingway más esencial resulta en otro escritor (o en otra ficción) algo pueril y plano. Y es que cada historia requiere una exclusiva forma de ser contada para lograr la excelencia narrativa, que no es otra cosa que la inmediata seducción del lector quien, al terminar de leer aquel texto literario se dice que esa y no otra es la forma en que había de contarse lo que acaba de leer. La historia es pues el lenguaje con que se aborda…