Jorge Eduardo Benavides
Al parecer, el tema de la exposición forzada será contenido al que volveremos en alguna otra ocasión, ya que de la gran mayoría de trabajos presentados durante esta semana no han sido muchos los que han manejado a cabalidad este fallo tan frecuente entre los escritores y que tiene que ver con su contrapartida, la elipsis, tal como han señalado en sus comentarios algunos de ustedes. Efectivamente, si la exposición forzada es la imperfección -el desajuste expositivo del narrador que no sabe cómo ofrecer un dato sin que se noten sus intenciones- la elipsis suele ser el recurso para solventarlo. No siempre, claro está, pues como no nos cansaremos de repetir, en literatura no existe una preceptiva, como en las matemáticas, y todo depende del uso que haga el narrador de sus herramientas, de la intensidad y del vigor de su paleta de colores. La elipsis, que en rigor es la omisión de un elemento en una frase, suele funcionar como la antítesis de una exposición forzada, en la medida en que procura que sea el lector el que encaje en nuestra frase (en nuestro texto) el elemento omitido. Ese mínimo acto participativo activa uno de los mecanismos más importantes que se dan en la lectura: el que sea el lector el que termine de rellenar los agujeros y los territorios en penumbra que deja la narración. Nada de lo que se le dice suele ser pormenorizado y exacto; nada de lo que se le cuenta suele estar completo, y de la habilidad del narrador para saber donde quitar, donde ensombrecer y dónde sugerir depende el ritmo de un buen cuento. Los textos que hemos elegido esta semana son algunos de los que más se acercan al ejercicio, que entrañaba además una propia corrección, y hemos creído oportuno colgarlos aquí para que los demás participantes los lean con atención y juzguen si se ha cumplido del todo la propuesta y vean si cada uno puede darles otra vuelta de tuerca, si podemos actuar a la manera de un buen editor y sugerir algunos cambios en atención al ejercicio propuesto.
Por cierto, les insistimos vivamente que lean el texto del New Yorker recomendado por Samuel: allí verán el trabajo (incluso quienes no se manejen en inglés) de un editor y el énfasis en borrar de un texto todo aquello que se considera innecesario por explícito. Hasta la próxima semana!
Jorge