
Eder. Óleo de Irene Gracia
Jorge Eduardo Benavides
Una de las objeciones más enigmáticas que suele poner un editor o un agente a una novela es que esta resulta muy «literaria». Digo que tal objeción es enigmática porque siempre pensé que una novela, fundamentalmente, tenía que ser literaria. Pero parece que no, que lejos incluso de ser una cualidad esencial e indiscutible de la ficción narrativa es que resulta una pega, una tara o defecto que hace chasquear la lengua al editor o agente, como si tuviesen un poco de lástima por esa minusvalía que presente la novela. «Es que es muy literaria», dicen afligidos antes de rechazarla o de aceptarla a regañadientes, y uno piensa en su pobre novela como en un hijo pequeño con una deficiencia que lo hace potencial blanco de burlas y crueldades.
Me viene a la cabeza todo esto por una charla reciente con un amigo escritor que acaba de pasar por ese trance difícil y que me lo comentaba con perplejidad. «Es como si el médico me hubiera dicho que mi hijo tiene un síndrome raro, Jorge», protestó mi amigo, tristísimo y desorientado. Y yo me quedé especulando sobre el asunto. Incluso imaginé un reportaje en alguna revista dominical: «Cuando me dijeron que mi novela era muy literaria se me vino el mundo abajo», diría mi colega ante un hipotético periodista que escribiera un artículo sobre estas malformaciones del mundo editorial. «Mi pareja y yo hemos aprendido a vivir con mi novela literaria y la queremos así como es», sería otra reflexión. «La sociedad no está sensibilizada con las novelas literarias y es muy cruel con ellas», sería otra más.
Porque a los escritores a quienes les dicen eso de sus novelas sienten impotencia y perplejidad e incluso dudan, mirando de reojo sus páginas, si no serán ellos los equivocados. Peor aún cuando otros escritores se jactan con chulería de que sus novelas van directo al grano, que cuentan historias y se dejan de rollos patateros…y hay algo de gangsteril y prepotente en estas declaraciones, casi como si en realidad dijeran: «Sí. No leo nada y tardo quince minutos en deletrar "gato". Y qué cojones pasa?»
Supongo que editores y agentes prefieren usar esa frase de la literatura literaria para evitar ser muy duros con alguna (a su juicio) mala novela que no saben cómo rechazar sin ser descorteses. Pero creo que es un error. Creo que es preferible escuchar que nuestra novela es mala, pesada, indigesta, más difícil de vadear que un rio de pegamento, pretenciosa, impostada… y hasta que leer en voz alta dos de sus páginas puede provocar halitosis. Pero si nos dicen que su defecto es ser «literaria» han dinamitado el centro mismo de lo que es nuestro oficio, lo han convertido en una actividad menor en la que la banalidad es una virtud y su parte prescindible o execrable es la que para cualquier escritor que se respete resulta la principal: ser literaria. Pues no señor, le dije a mi amigo tratando de consolarlo, dile a ese editor «oiga usted, yo, además de escribir literatura literaria hago novelas novelísticas.» Y a mucha honra, ¿no? Pero no sé si se ha ido muy convencido. No sé si dejará de ser un novelista literario para pasar a ser un novelista enrrollado.