
Eder. Óleo de Irene Gracia
Jorge Eduardo Benavides
Cosas curiosas que le ocurren a uno: Había viajado a París para asistir a una mesa redonda en la universidad de Nanterre y dos días después debía volar directamente a Tenerife para dar una conferencia. Como salí a las carreras de casa no llevé ningún libro, excepto el mío, del que debía leer unos pasajes en la universidad… y no iba a cometer la locura de leerlo además como "entretenimiento." Pero durante mis dos días parisinos y universitarios, traído y llevado de aquí para allá por mi amable paisano, el profesor Jesús Martínez, no tuve un minuto para comprar nada hasta que llegué al aeropuerto, donde vi un ejemplar de una novela de Yasmina Khadra, Les hirondelles de Kaboul. Pero iba con prisas, había una cola inmensa y remolona en la tienda y al final me fui de ahí fastidiado. Me alimenté exclusivamente de periódicos un día más, y por fin, regresando de Tenerife a Madrid, encontré tiempo para mirar ejemplares de bolsillo en la tienda del aeropuerto. Y me tropecé con el mismo libro que llamara mi atención en el Charles de Gaulle, esta vez en castellano: Las golondrinas de Kabul. De manera que sin dudarlo un minuto, como si aquello fuera una señal de no sé qué, lo compré.
Esas amables coincidencias que a veces son un chasco, otras en cambio resultan gratísimas, como la lectura de esta breve novela que devoré en las dos horas y cuarenta minutos que dura el vuelo de Tenerife a Madrid. Yasmina Khadra es el pseudónimo del ex oficial del ejército argelino Mohamed Moulessehoul, exiliado en Francia debido al agobio que le suponía compatibilizar su carrera militar con su vocación literaria: de ahí también el pseudónimo, que en realidad es el nombre de su mujer. La novela cuenta dos historias hábilmente cruzadas, la de un carcelero, y la de una pareja de jóvenes afganos educados y cultos que viven el nauseabundo horror de aquella sociedad lunática creada por los talibanes para mejor honra -según ellos- de Alá. Asistimos a las lapidaciones, a los ahorcamientos de veinte o treinta hombres cada semana para satisfacción de los mulás, a la repetitiva y monótona prohibición de hablar entre hombres y mujeres, de tomarse de la mano, de reírse en la calle, en fin, de vivir. Pero sobre todo, Khadra nos muestra la pervivencia tenaz de la humanidad en esos personajes que un sistema totalitario y mononeuronal quiere aplastar. La prosa del autor es vibrante y al mismo tiempo sencilla, como si quisiera evitar los grandes vuelos poéticos que sin duda puede alcanzar. Y con esa contención dibuja sus paisajes desoladores, la pesadilla íntima de las mujeres debajo de esa cárcel portátil que es el burka y uno no puede dejar de estremecerse pensando a qué extremos llegan los seres humanos cuando viven el estreñimiento moral y analfabeto del fanatismo. Yasmina Khadra lo cuenta con total entereza. Él, que también ha vivido sucesivos exilios: primero de su carrera como militar, luego de su nombre, después de su país y finalmente de su lengua materna.