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Uñas rotas

Por 13 de mayo de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Hace tiempo que advierto la proliferación de locales de manicura en las ciudades de todo el mundo: pequeños establecimientos con olor a esmalte que hacen las delicias de las mujeres, sean ejecutivas o becarias, con precios inferiores a los quince euros. La manicura se ha democratizado, dejando de ser una coquetería ­propia de privilegiadas, y hoy iguala clases y condiciones a diferencia de los limpiabotas, servicio cada vez más escaso y desfasado. Una brigada de profesionales chinas o colombianas -muy cotizadas estas- ha pasado a ser la solución benefactora para las manos de las mujeres torpes o que andan demasiado atareadas para cortar sus pieles muertas. Se sientan frente a ti, con la espalda encorvada, cuencos de agua caliente y pequeñas toallas en el regazo mientras van tomando tus dedos, uno a uno, entre sus manos silenciosas que exfolian, masajean y aplican gel permanente. A veces adviertes que su silencio no es blando sino azul, como los blues. Y que bajo su bata blanca habita un cuerpo agotado y una vida subrogada.
¿Por qué el nuevo código estético puede tolerar casi cualquier cosa -unas zapatillas deportivas, un piercing en la lengua, una orgía de pulseritas roñosas-, pero difícilmente admite la visión de unas uñas estropeadas? La fiebre de la manipedi ha dado nuevos bríos al sector de los esmaltes de uñas, con un crecimiento espectacular y un pantonario que va del azul pitufo al amarillo Simpson, pasando por el rouge Chanel. Y no es fácil explicar este boom en nuestros tiempos low cost, por mucho que las ciudades sean parques temáticos colonizados por marcas globales y su uniformidad ha sido clonada de norte a sur. Se calcula que en EE.UU. existen ya 17.000 puestos de manicura, y en la modélica Nueva York el crecimiento es descomunal: tres veces mayor que en Los Ángeles o Chicago. De hecho, The New York Times ha realizado un recuento sorprendente: en un solo barrio del Upper East Side los nails triplican a los Starbucks. A las 8 de la mañana, cuenta la cronista, de maltratadas camionetas Ford saltan mujeres en su mayoría asiáticas; el mismo estilo que con los trabajadores de la construcción. Trabajarán entre 10 y 12 horas, y, si ­demuestran capacidad, entonces puede que a los tres meses ganen entre 10 y 60 euros al día. En algunos ­salones de Harlem deben pagar para beber agua. Mujeres pobres a las que su supervisor les ha cambiado el nombre -Sherry o Betty en lugar de Ma Lea- cortarán los callos y rebajarán durezas de los pies de algunas millonarias con sandalias de Prada y diamantes de H. Stern. Hay quien dice: “Me he hecho las manos”. Otras las pierden, en esa dinámica perversa que dilata la brecha entre servidumbre y servicio.
(La Vanguardia)

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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