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Señores y criadas

Por 26 de marzo de 2018 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Son casi invisibles a pesar de que recojan nuestros calcetines del suelo, enrosquen la tapa del tubo del dentífrico, nos hagan la cama y pasen la bayeta para abrillantar el cuarto que volveremos a desordenar, igual que niños mimados, porque –nos diremos– para eso pagamos el servicio.
A veces nos las cruzamos por los pasillos; nunca esperan un saludo. Son sombras silenciosas que empujan un carro y se arrinconan cuando los ­huéspedes salen de la habitación. Evitan mirar a los ojos: se han acostumbrado a no ser percibidas, acaso como una pieza más del mobiliario del hotel. En su postura corporal, en sus hombros cargados y en sus manos rotas, hay abatimiento, el precio de saldo que tienen sus vidas, su condición de semiesclavitud.
Muchas de ellas provienen de sectores vulnerables, soportan grandes cargas, y no quieren seguir tentando a su suerte. Se llaman kellys, y no podría haber mayor realismo en abrazar esa contracción abreviada de las que limpian, en anglificarla y ponerle nombre de mujer, porque en verdad son escasos los hombres que trabajan de camareros de piso –excepto en los países árabes, donde los sojuzgados y explotados son paquistaníes o srilankeses–. Cobran entre 1,5 y 2 euros por hacer una habitación, trabajan por obra cerrada: 18 o 26 habitaciones en 8 horas, más piscina y jardín. Sufren accidentes, deben de tolerar situaciones incómodas –no sólo hay un Dominique Strauss-Kahn en el mundo–, saber callar y agachar la cabeza ante la mota de polvo que encuentra la gobernanta. Aún y así representan el 30% del empleo turístico, el último escalón, desprotegidas tras la reforma laboral del 2012, que permite externalizar servicios como la limpieza y pagar muy por debajo de los mínimos que marcan los convenios colectivos. Hará un par de años que se han asociado y su reivindicación hace palidecer a una sociedad que apenas las había mirado. Sus derechos siguen bajo cero: representan la mano de obra barata para un sector boyante, pilar de nuestra economía: habitaciones impolutas a precios competitivos constituyen una señal elocuente, lo mismo que las etiquetas de ropa, de cómo se logra desregularizar el mercado y condenar a la precariedad más lastimera a un colectivo de mujeres que se han convertido en las ultimas parias de nuestro Occidente tan políticamente correcto.
Lucia Berlin, que planchó coladas y fregó suelos ajenos, escribía que no le importaba trabajar como mujer de la limpieza: “Se parece mucho a leer un libro”. Los testimonios de las kellys tienen mala literatura. Porque a medida que se van conociendo sus historias, la obstinación de la patronal y del propio sector en no regularizar su situación resulta más caciquil.
No sólo Amnistía Internacional y otras oenegés claman por sus derechos; debemos hacerlo todos los que alguna vez descansamos en una habitación de hotel, reluciente, con las cortinas echadas.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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