Joana Bonet
La ministra de Fomento, Ana Pastor, no le hace ascos a la abaya, esa túnica negra, el sobre todo que cubre la vestimenta de las mujeres del golfo Pérsico. Ya la utilizó en su viaje a Abu Dabi, sin tratarse de una exigencia para las extranjeras, cuyo único imperativo consiste en tener sentido común y no vestirse como para salir de noche. En la segunda gira en busca de dinero fresco por la meca del petróleo, Pastor escogió un nuevo modelo de abaya para el encuentro con el rey de Bahréin -el lupanar del Golfo, donde muchos saudíes escapan a fin de dar rienda suelta a sus deseos más lujuriosos, además de beber alcohol sin restricciones-. El gesto de la ministra, digamos de cortesía o propio de buena aduladora -radicalmente distinto al de su homónima, que entrevistando a Ahmadineyad dejó caer su velo-, mereció el inesperado piropo del monarca insular.
Los países ricos de Oriente Próximo aún resultan incógnitas para el occidental. Es difícil no caer en el tópico de parques temáticos sin hechizo urbano donde sólo se puede pasear por los zocos o los centros comerciales refrigerados cuyos trampantojos imitan una ciudad veneciana, y sus bóvedas, un cielo cambiante. A media tarde, cuando el visitante ya se ha adaptado al artificio, la luminotecnia comandada desde pantallas de iPad oscurece las nubes de un azul violento, como si fueran verdaderas. Entonces, el ir y venir de oscuras abayas va dejando tras de sí un rastro de perfume penetrante, el bakhoor.
Del primer impulso de rechazo al contemplar cómo avanza una multitud de mujeres con sotana y bolsos de lujo, hasta que se es capaz de descifrar la complejidad de los mensajes de su vestimenta, hay un mundo. En diferentes visitas a esta zona he advertido un fenómeno sutil pero categórico: la microrrevolución de la abaya. En un principio todas eran negras, lisas y a ras de suelo; y su principal función, aparentemente, consistía en invisibilizar. Hoy, cada vez se acortan más, mostrando tobillos -ese objeto fetichista desde que, en Europa, las mujeres de principios del XX empezaran a subir a los tranvías- y tacones de diez o quince centímetros. Existen las abayas de crepé o chiffon, con juegos de transparencias tras las que se adivinan unas piernas desnudas, incluso la forma del glúteo; con encajes en las mangas, geometrías azules y doradas, al estilo de las que se venden en la tienda del bellísimo Museo Islámico de Doha, obra de Ieoh Ming Pei. Los nuevos diseños pujan por elogiar la diferencia y multiplicar el efecto de “entrever, insinuar y provocar lentamente”. Así me lo han confesado sus portadoras, sin pudor.
Y en verdad, la acomodación estética de la mirada masculina acaba por exaltar esta pieza que aúna modestia y misterio, tornándose más compleja de lo que percibe nuestra visión eurocéntrica. Veamos si no ¿qué otro líder mundial hubiera lanzado un piropo por su atuendo, sea el que fuese, a la ministra Pastor?
(La Vanguardia)