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Hasta el codo

Por 21 de octubre de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Observo el estilo que ha adquirido Pedro Sánchez al chocar el codo con sus interlocutores. Como si lo hubiera hecho toda la vida. No parece un espantapájaros ni pone ese rictus de jugador de rugby que muchos esbozan cuando acercan su cúbito al del otro a modo de saludo. Su codo es presidencial, y se nota. Ni excesivamente simpático ni torpemente robotizado. Aunque la OMS haya recomendado saludar llevándose la mano al corazón -un especie de namasté de andar por casa con el que las culturas orientales dan la bienvenida-, muchos españoles se han enganchado al codo como placebo. Si hablara, sin duda se sentiría muy agradecido por el protagonismo que hoy disfruta, desterrado de la centralidad de nuestra anatomía. ¿O no figuraba siempre en las secciones de belleza como la parte del cuerpo más olvidada? Cómo íbamos a presumir de codos, en lugar de abdomen, cuádriceps o tríceps. Ese hueso diabólico que cuando impacta contra algo te fulmina brevemente, igual que una descarga eléctrica. Ese pellejo distendido, surcado por arrugas concéntricas, descabalgadas del orden epidérmico que mantiene el brazo.
 

Estábamos acostumbrados a utilizar el codo para hablar con metáforas. Empinar el codo, sí, al levantar el brazo una y otra vez apurando vasos y copas, aunque se trate del mismo gesto flexor que hacemos para peinarnos. O hablar por los codos, agitando manos y brazos como síntoma de una verborrea infinita. Luego está el codazo, quizás la expresión más gráfica de este vértice del cuerpo que se transforma en un arma puntiaguda. Los codazos pueden causar perplejidad y encender la rabia, que te expulsen de una oficina o de un partido. Pero los figurados suelen ser mucho más dañinos. La exclusión del otro. La tendencia boyante del linchamiento lo demuestra: en las redes se quiere anular la voz de quien difiere del pensamiento de un grupo, aunque el verdadero agravio se produce cuando los codazos proceden de la envidia y la inseguridad de los tuyos, la consabida penalización del talento.

Paradójicamente, los codazos que antes servían para hacernos sitio y despachar al que nos molestaba sustituyen hoy a apretones de manos y abrazos. Es un contacto ilusorio, muy escenográfico, que intenta expresar acercamiento: hacer chocar algo de nuestro cuerpo sin que se trate de una patada -también se propuso al principio, pero el tendón de Aquiles empezó a sufrir-. Somos bichos raros que abrazamos la costumbre como un narcótico proustiano, capaz de acomodarnos a lo que antes detestábamos. Nuestros agradecidos codos nunca habían estado tan exfoliados.

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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