Joana Bonet
Uno de mis reportajes soñados -que ojalá me encarguen algún día- consiste en viajar por el mundo de diván en diván, empezar en Buenos Aires y terminar en París. Tenderme en ellos, y desde esa comodísima posición, averiguar qué asuntos se despliegan allí: un poco de insomnio y otro de desamor, de inseguridad u obsesión; y así poder acercarme al vaho que empaña los cristales del gabinete cuando aparece el fantasma del padre o se mata a la madre, freudianamente hablando. El psicoanálisis es tremendamente cinematográfico: su penumbra, su chaise longue con un trapito para reposar la cabeza, sus silencios. Cuántas escenas hemos contemplado de personajes que se tumban de espaldas al analista e inician un monólogo, que a la vez es una especie de discurrir. Y qué ramillete de chistes. “No se crea que soy como la peluquera, a la que se le cuentan los avatares de la semana”, me dijo en una ocasión una psicoanalista que exigía un esfuerzo por parte de sus pacientes para “elaborar” y “transferir” los ruidos interiores.
Este año se conmemoran los 75 años de la desaparición de Freud, de quien, a su muerte, el poeta W.H. Auden dijo: “No es una persona sino todo un clima de opinión”. En su casa-museo de Viena lo celebran con una muestra sobre los viajes del médico, por los Alpes austriacos, Baviera, sus excursiones a Italia y Grecia para estudiar a los clásicos, o sus conferencias en EE.UU. Un viajero alrededor de la psique humana: “En general, carece de importancia el tema con el cual se comienza el análisis, puede ser la biografía, la historia clínica o los recuerdos infantiles del paciente. Ahora bien, de cualquier manera es necesario dejarle hablar y elegir libremente el punto de partida. Actúe como un viajero sentado junto a la ventanilla de un tren que le cuenta al que va en el asiento interior como va cambiando el panorama ante sus ojos”.
La inestabilidad psíquica es un signo de los tiempos. El consumo de ansiolíticos se ha duplicado en España en la última década, y la depresión será, según la OMS, la segunda causa de muerte en el siglo XXI. Fobias y adicciones son consecuencia de una cultura del exceso que causa infelicidad y legaliza la transgresión. A pesar de haberlo desahuciado, y de contar con vigorosos detractores, las consultas de los psicoanalistas no sufren la crisis. Todo lo contrario. El malestar contemporáneo busca una tabla. Conocerse, explicarse, aceptarse. La cultura del yo se enfrenta, en la época más narcisista de la historia, al dilema de los procesos inconscientes de los que el yo ni siquiera tiene noticia… ¿Somos desconocidos para nosotros mismos? Ya es hora que descorramos los cortinones del tabú que aún significa recibir terapia. Y que no entrenemos sólo el cuerpo, sino también la mente, para contarnos cómo va cambiando el paisaje interior.
(La Vanguardia)