Joana Bonet
Hay lugares donde se llora mejor que en otros. Por ello existe la imagen universal de una mujer, incluso un hombre, recostando la cabeza en la ventanilla de un tren o un auto, como si junto al cristal la tristeza hallara buen cobijo. De la misma forma que en muchas novelas -no sólo en las malas- llueve al empezar un capítulo, el llanto, en el cine, acostumbra a crear una cápsula de intimidad y por ello desarma a sus personajes bajo la ducha, donde su pena parece más resguardada. Existen escenas inmortales, basta recordar la sobreexplotada Desayuno con diamantes, en que las lágrimas corren bajo la lluvia aprovechándose del paralelismo estético entre el aguacero que empapa y el lagrimal ardiente. Se llora por horror y dolor, que suelen ir de la mano, también por autocompasión -un sentimiento que envilece- o por esa clase de tristeza que ahueca el pecho y te hace creer que eres la figura más pequeña del juego de matrioskas.
Los humanos acostumbramos a llorar para pedir ayuda, y tanto puede ser una señal de naufragio como de tontuna. El llanto público en los adultos es considerado una anomalía, dado que una de las características hegemónicas de la madurez es el autocontrol. Mucho se ha hablado y escrito acerca de la masculinidad lacrimosa,de una emotividad que ha llegado a cuestionar la pro-pia hombría, como si las lágrimas pertenecieran de porsí a aquello que nos hace defectuosos aunque encierren no pocos interrogantes, entre ellos su relación entreel sentimiento y el decoro.
Leo en New York Magazine un revelador artículo sobre por qué lloramos bajo el chorro a presión que limpia y alivia. El doctor Randolph Cornelius, experto en la psicología de las emociones, sostiene que los humanos desarrollamos la capacidad de llorar con el fin de transmitir mensajes sociales a los de la misma especie. “En mi opinión, el llanto emocional, del que sólo los seres humanos parecen ser capaces, ha evolucionado para señalar nuestra vulnerabilidad y solicitar ayuda”. Algo bien distinto sucede cuando se llora solo, bajo la ducha, como una forma de pedirse ayuda a uno mismo. Desde la privacidad que garantizan un baño cerrado y una mampara hasta el aislamiento de una acuosa insonorización, pasando por el hecho de estar desnudos, sin máscara alguna, pueden llegar a conectar el grifo abierto con el desahogo que reclama la tristeza. Curiosamente, también con la alegría. ¿Por qué se canta con brío y pulmón bajo el chorro de agua que cae sobre la nuca y se desliza por el rostro? Quizá porque también representa la promesa de felicidad, el inicio del día con la esperanza enjabonada. La ducha, patrimonio íntimo de la humanidad.
(La Vanguardia)