Joana Bonet
Qué puede empujar a una mujer guapa, deportista de élite y con éxito, que sale en las páginas de Deporte del periódico y es aplaudida en las pistas, a trabajar como prostituta de lujo? La historia de Suzy Favor-Hamilton, conocida entre sus clientes como Kelly Lundy, ha causado asombro. Suzy participó en tres Juegos Olímpicos, mientras Kelly ofrecía su cuerpo en los hoteles dorados de Las Vegas. Suzy y Kelly eran la misma persona aunque parecieran la noche y el día. De la disciplina del deporte de alta competición al abandono en una suite de mármol rosa, a 600 dólares la hora. ?No espero que la gente me comprenda, pero para mi tenía sentido?, declaró cuando salió a la luz su doble vida a causa de un cliente indiscreto.
Ahora se atreve a contarlo para reflexionar sobre el autoengaño y la naturalidad con los que derribó el propio muro de su estima, en un libro titulado Fast girl.
No se debe de frivolizar ante un asunto que pervierte la escalera de valores. Que glorifica el dinero fácil y el mundo vip de las escorts con hombres aburridos a los que sólo les divierte la transgresión. Este es un caso que nada tiene que ver con la esclavitud sexual y la trata. Nadie más que ella misma vulneró su libertad, empujada a malgastarla para autodestruirse.
Una temporada en el infierno, desnuda de versos, con anorexia y depresión, desestabilizó a esta mujer que lo ganaba todo en los campeonatos nacionales norteamericanos entre los 800 y 1.500 metros. En Sydney, en el 2000, la entonces número uno del ranking mundial del kilómetro y medio se rompió cuando afrontaba los últimos metros en primera posición. Incapaz de aguantar la presión, ni el suicidio aún caliente de su hermano. Sus rivales la adelantaron sin piedad mientras ella se retorcía en la pista. Puede ser que ya pesara más la vida de Kelly que la de Suzy: ella misma reconoce que la vida de puta cara era ante todo una evasión, que se prostituía para escapar de la vida competitiva que la estaba machacando de la misma forma en que otros se entregan a una adicción como huida hacia adelante. Abundan los casos de deportistas o exdeportistas de élite arrasados por una nube negra, la otra cara de la gloria.
Con los rigores de la crisis nos llegaron los casos de universitarias que iban considerando natural acostarse un par de veces al mes con un hombre para pagarse la matrícula. Empiezan con moderación. Pero cruzan el límite; aceptan el descontrol que puede abocarlas a un lugar desconocido. Luego viene la gula: aquel bolso de marca, una escapada de fin de semana…Y la excepción se convierte en rutina. Entran en una espiral que poco tiene que ver con el sexo concebido como un lenguaje íntimo y libre entre dos personas que se desean. Todas insisten en que lo dejarán pronto: cuando acaben la carrera, cuando paguen sus deudas, cuando encuentren un trabajo mejor. A su alrededor, todos prefieren mirar a otro lado.
(La Vanguardia)