Joana Bonet
Salta la alarma de la agenda, invalidada por completo: tenía un vuelo a las seis de la tarde, un vuelo gozoso con olor a perfume de vainilla. Pienso en cuántas parejas y familias habrá separado el confinamiento, haciéndoles sentir esa angustia rabiosa que provoca la pérdida del control. Cómo podías imaginar que llegarías a sentir el sabor terroso de la ausencia, incluso de los que viven a cuatro pasos. Pero el lamento es peor que un trapo de cocina, que al menos sirve para cumplir con la decencia. WhatsApp ejerce de latido histérico, marca los minutos con nuevas de un lado y de otro. Hasta me trae en delivery el pregón del alguacil de l’Albi, el pueblo de mi padre: "Quienes vayáis a comprar a las tiendas del pueblo tenéis que hablar lo mínimo. No hace falta que digáis ‘bon dia’, ‘adeu’, ni si hace frío o calor, eso no interesa a nadie. Lo único que interesa es que pase esta mierda lo más rápido posible. Y la única manera es haciendo bien las cosas". La civilización no ha desaparecido, sigue custodiada en los pueblos de piedra con campanario.
@bonetjoana