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Sociología francesa ante la nueva política

Por 25 de abril de 2022 julio 14th, 2022 Sin comentarios

Juan Lagardera

De premodernos ilustrados como  Voltaire y Saint-Simon a postestructuralistas de la talla de Baudrillard o Foucault, así como a adalides de la complejidad de la estirpe de Edgar Morin y transmarxistas urbanos del tipo Henri Lefebvre (cito a pocos de los que son a pesar de todo), la sociología ha sido, en lo fundamental, una actividad intelectual francesa. No es de extrañar, por lo tanto, que la disciplina que analiza lo social haya acudido en ayuda de las empresas demoscópicas para clarificar la deriva política actual. La de Francia especialmente cambiante, dado que a las migraciones masivas procedentes de la descolonización se unen las posesiones ultramarinas que mantiene la Quinta República en otros tres continentes e, incluso, en la Antártida, además de la persistencia de nacionalismos irredentos en regiones como Bretaña y la isla de Córcega, donde han vuelto los disturbios tras la disolución, hace más de un lustro, del frente corso. Francia es un manojo de nervios con un gran pasado universitario.

La política doméstica francesa lleva años de eclosiones inesperadas, y no solo por los sobrevenidos chalecos amarillos, des gilets jaunes. Fue pionera en la aparición de un movimiento ultraderechista, que tras una crisis familiar de sucesión entre los Le Pen, se ha dividido en dos tras la aparición del periodista tertuliano Éric Zemmour, crítico con las políticas reales moderantistas que el partido de Marine Le Pen ha llevado a cabo en ciudades y departamentos donde ya gobierna, en especial en las regiones del sur, la “catalana” Perpignan entre otras capitales, cuyo alcalde fue pareja de la mismísima Marine.

La implosión política en Francia no ha afectado solamente a los ultras. En la izquierda hace tiempo que ni el histórico partido socialista francés –el de Mitterrand y Hollande–, ni muchísimo menos el partido comunista –de Marchais y del propio Lefebvre, o de Althusser–, pintan algo en el panorama real de la gobernanza francesa salvo en París. De hecho, el socialismo más radical ha dado paso al nuevo movimiento de La Gauche con el tangerino Jean-Luc Mélenchon de raíces murcianas como líder, mientras que el socialismo centrista derivó en la huida de Manuel Valls a una fracasada política catalana así como en el fenómeno liberal de Emmanuel Macron, La République En Marche!

Mientras tanto, el llamado gaullismo que agrupaba a todos los sectores conservadores y liberales en un vasto espectro de centroderecha bajo el paraguas legado por el general De Gaulle, hace tiempo –más de medio siglo– que se subdivide en un abanico de tendencias. Todos sus intentos de reagrupación, ahora con la marca de Los Republicanos, no surten efecto electoral, aprisionados como están entre la extrema derecha lepenista y el pragmatismo amplio de Macron.

Todo ello hace de Francia un hervidero político para cuyo análisis ya no son válidos ni los partidos históricos ni siquiera las ideologías dominantes en el último siglo y medio. Ante esta situación, la empresa demoscópica Cluster 17, elaboró para la campaña de las elecciones presidenciales una serie de perfiles electorales mediante los que se dibuja con mayor precisión a la nueva sociedad francesa. Dieciséis perfiles, ninguno de los cuales superaría el 10% de la población electoral actual que ronda los 50 millones de inscritos.

Cluster 17 establece categorías como “multiculturales” o “identitarios” que responden a parámetros más recientes, pero también se incluyen personas de rasgos “rebeldes”, “apolíticos” o “refractarios” que hunden sus raíces en movimientos más arcaicos. Del mismo modo mantiene conceptos clásicos como son los de “socialdemócratas”, “conservadores” y “liberales”, aunque matizados por “progresistas”, “centristas” o “socialrepublicanos”. Completan el mapa electoral los “solidarios”, “eclécticos”, “euroescépticos”, “socialpatriotas” e incluso “antiasistenciales”.

La empresa de análisis aclara que los diferentes perfiles podrían decantarse por cualquiera de las candidaturas en liza, de tal suerte que, tal vez, existan socialdemócratas que hayan votado a Le Pen (en porcentajes menores, claro está), o rebeldes que lo hicieron por Macron, e incluso conservadores que siguieron a Mélenchon. La existencia de una segunda vuelta en la que desaparecen los matices o la irrupción de Putin en el epicentro de la campaña, ahondan la posibilidad de trasvases de votos que parecen antinaturales a ojos de las vetustas ideologías.

Será muy interesante conocer en los próximos días los estudios del comportamiento electoral de tales grupos sociales, en especial si los datos se entrecruzan con las grandes bolsas de población culturalmente diversa que habitan en Francia, entre otras de cinco a seis millones de personas con orígenes africanos, otro millón de caribeños y cerca de tres millones de ciudadanos franceses vinculados a las antiguas posesiones musulmanas.

En España no hemos llegado a estos afinamientos demoscópicos. Y eso a pesar de que los esquemas tradicionales de la política dejan de ser útiles para reconocer el funcionamiento electoral de fenómenos de nuestra singularidad política como el independentismo catalán o el ayusismo madrileño, por citar dos de los más evidentes. La óptica más compleja de la realidad social, camino de un escenario post-ideológico, nos lleva a preguntarnos por cuestiones como la persistencia de la simbología comunista en formaciones como Podemos, la defensa del franquismo en Vox, el trasvase de votantes de Ciudadanos al extremismo o la vocación historicista del PSOE, por no hablar de esa manifestación tan local, la dualidad catalanista-blavera, que todavía no superan ni la derecha ni la izquierda valencianas. La paradoja es la siguiente: los políticos cada vez analizan con el trazo más grueso, burdo y polarizado, mientras la realidad de las personas se vuelve más fina, matizada y dinámica.

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Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante siete años. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros y catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM, el Palau de la Música, la Universidad Politécnica, el MUA de Alicante o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad plástica recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. En la actualidad desempeña funciones de editor jefe para la productora de contenidos Elca, a través de la que renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (Elástica variable, U. Politécnica 1994), La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia (IVAM, 1998), Formas y genio de la ciudad: fragmentos de la derrota del urbanismo (Pasajes, revista de pensamiento contemporáneo, 2000), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos de opinión en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

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