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Llegados a la metamodernidad

Por 24 de febrero de 2025 Sin comentarios

Juan Lagardera

Eduard Mira, uno de nuestros mejores sociólogos, veterano profesor del College de Europa en Brujas, cuestiona el modelo centralista que la Francia revolucionaria trajo al mundo. En realidad, fueron los intelectuales ilustrados los que al propugnar el principio de igualdad liquidaron las diferencias, incluidas las vinculadas al territorio. Como consecuencia de ese jacobinismo, explica Mira, tanto alemanes como italianos constituirán su propia nación en el siglo XIX. Acción-reacción. La historia está trufada de tales dinámicas, pero esas casuísticas no exculpan responsabilidades por las desgracias que provocan.

El militarismo prusiano era ancestral mucho antes de Montesquieu, Diderot, Voltaire o Le Rochefoucauld. Solo que con von Bismarck, los reyes Hohenzollern se transformaron en emperadores (kaiser), de más de cincuenta territorios de origen feudal y habla alemana (con multitud de variantes dialectales, huelga decir, del suabo al bávaro o el franco-renano), y generaron un desarrollo industrial sin precedentes, enviaron a sus ingenieros y diseñadores, la Deutsche Werkbund, a estudiar y copiar modelos en otros países más ingeniosos y estetas. Un peligro para las otras «naciones» hegemónicas, en especial cuando Alemania solicitó también tener sus propias colonias africanas, una parte del pastel que daba acceso a las materias primas. Que ahora están en Groenlandia o en Ucrania y se manufacturan en Taiwan con forma de semiconductores.

No hace falta que relate las consecuencias de todo aquello, y de cómo el mundo se enfrascó en la larga guerra del siglo XX –en dos partes–, que es como hay que leer el conflicto de la Primera y la Segunda Guerra Mundial según el prisma del historiador inglés Tony Judt, pensador socialdemócrata, un weberiano de calado. Es el mismo intelectual que se emocionó con la causa sionista y marchó voluntario a un kibutz durante la Guerra de los Seis Días (en 1967), para acabar vaticinando que Israel haría un uso espurio de su poder y terminaría por provocar que muchos árabes negasen la existencia del Holocausto al verlo como una justificación victimizadora.

Sin abandonar a Judt. Ya en los años 80 convino en criticar la deriva occidental hacia una democracia devaluada en la que se cuestionaría el papel del Estado y se dinamitaría toda regulación del mercado. Hace medio siglo, pues, que el gran pacto entre socialcristianos y socialdemócratas europeos está enfermo y los remedios a esos males no consiguen mejorarlo. Alguien ha dicho que el conservadurismo moderado del futuro canciller alemán, Friedrich Merz, es la última oportunidad frente a la new wave radical.

La sintomatología es clara. El malestar se ha agravado de forma severa: con la crisis medioambiental, la falta de recursos, la globalización de mundos políticos y religiosos tan diferentes como los que coexisten en el planeta, la irrupción de una alta tecnología que se retroalimenta sin cesar y consume de modo insostenible, o los incesantes flujos migratorios…

¿Y a todos esos retos han de responder las democracias occidentales? ¿En un mundo político ágrafo e iletrado que solo confía en expertos comunicadores que suspiran por ganar la batalla del relato en Tiktok y en X? La crisis democrática de la República de Weimar en los 30, al igual que la de la II República española, no se parece en nada a lo que ocurre en la actualidad, pero sí guarda un cierto paralelismo: la debilidad del núcleo más humanístico y maduro políticamente frente al avance del desasosiego popular que es aprovechado por los aventureros de la demagogia. Más de un tercio del parlamento europeo actual se sitúa en esas coordenadas y ya estamos conociendo (¿o no?) cuál es el camino que traza la nueva presidencia de los Estados Unidos de América.

Estos días estuvo por España otro ilustre intelectual americano, Richard Sennett, sociólogo del MIT bostoniano y de la NYU, de gira promocional con su más reciente libro, El intérprete. Sennett es un profundo analista de los comportamientos humanos, y en dicho ensayo, que tanto recuerda a Cultura y simulacro de Jean Baudrillard (libro con casi cincuenta años de existencia, uno de los pilares del llamado posmodernismo), hila fino al decir que los últimos políticos anglosajones como Donald Trump o Boris Johnson –habría que añadir al argentino Javier Milei–, resultan grandes «intérpretes» en un mundo político que se ha convertido de manera definitiva en escenario televisado. Y en pequeños cortes o fragmentos, a modo de píldoras de fácil digestión. Para Sennett, a lo que estamos asistiendo es a la disolución del más importante principio democrático: la existencia del diferente. Y como quiera que los actores del teatrillo han de parecer realistas, el lenguaje agresivo y el gesto torvo de disgusto así lo dan a entender mejor, de modo más auténtico, aunque sea falso. O sea, que la polarización es una mascarada más del perpetuo simulacro.

De todo ello piensa y escribe un erudito profesor de historia, José Enrique Ruiz-Domènec, cuyo ultimísimo libro, Un duelo interminable: la batalla cultural del largo siglo XX, tengo en la mesita de noche y he empezado a leer como un torbellino. Solo sé de momento que este formidable medievalista cierra dicho siglo en 2021, y refuta por tanto a Eric J. Hobsbawm, quien definió la pasada centuria como «el siglo corto» porque postulaba que arrancaba en Versalles y terminaba con la caída del Muro de Berlín. Llegados a 2025 –la pandemia cerraría la etapa en realidad–, lo que se avizora es otro mundo. Finalmente, mi amigo, el buen periodista andaluz Antonio Cambril, quien se pagó la carrera en la Universidad de Bellaterra sirviendo copas y menús, lo ha definido con un aforismo de corte senequiano: «Hemos alcanzado la metamodernidad». Por fin, el siglo XXI. No sabemos qué diablos pasará.

PD: Una guía rápida en diez lecturas para encender la lamparilla de luz a la nueva centuria, aunque no lo parezcan.

1 Un duelo interminable: la batalla cultural del largo siglo XX. José Enrique Ruiz-Domènec. Taurus

2 El intérprete. Richard Sennett. Anagrama

3 Mediterrànies. Eduard Mira. Bromera

4 Algo va mal. Tony Judt. Taurus

5 Postguerra. Tony Judt. Taurus

6 Cultura y simulacro. Jean Baudrillard. Kairós

7 Máximas. La Rochefoucauld. Akal

8 La guerra de los chips. Chris Miller. Península

9 La república de Weimar. Presagio y tragedia. Enric D. Welt. Turner

10 La contra-Ilustración y la voluntad romántica. Isaiah Berlin. Página indómita

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Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante algo más de un lustro. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros así como de catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad como promotor de iniciativas plásticas recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. Siendo editor jefe para la productora de contenidos Elca, renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (U. Politécnica 1994), La ciudad moderna (IVAM, 1998), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

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