
Jesús Ferrero
Una vez, en un patio de Rodas,
me encontré con una chica
que parecía recién surgida de la antigua Grecia.
Me quedé paralizado;
era como estar ante Ifigenia.
Bastaba con mirarla para irse muy lejos.
En otra ocasión, hallándome en Pekín,
vi una cara que parecía surgida
del mejor período de la dinastía Ming.
Son como cristalizaciones
de algo que se repite en el tiempo:
una misma flor de almendro oscilando levemente
en una rama negra,
que aparece cada cien primaveras
como surgida de un sueño.
Nunca pasan desapercibidas esas caras de leyenda.
Siempre hay alguien que les hace un poema.
Yo, por ejemplo, le estoy haciendo un poema
a aquellas dos epifanías
de una belleza tan antigua como moderna,
suspendida en la zona más cristalina del tiempo.