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Resuelto el misterio de Jack el Destripador, escritor de cuentos para niños

Por 7 de diciembre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

Las grandes obras pueden originarse una tarde ociosa y banal, llena de sublimaciones como todas las tardes ociosas y banales.

Dos sacerdotes anglicanos pasean en barca con tres niñas. Es verano, arde el Támesis. Uno de los sacerdotes, Lewis Carroll, empieza a improvisar un cuento que gusta mucho a las niñas. Una de ellas le pide que lo escriba.

Lewis Carroll obedece y escribe Alicia en el País de las Maravilllas.

 

Un cuento surgido de forma tan circunstancial es ahora una obra capital de la literatura moderna. Se adelantó a tantas fórmulas que es imposible no verlo como el cofre de las anticipaciones.

Se adelantó al teatro del absurdo, al surrealismo, a la literatura fantástica en sentido moderno, y a la literatura inspirada en las matemáticas y la ciencia. A todo lo ya dicho hay que añadir desde hace años la sospecha de que Lewis Carroll fue Jack el destripador.

 

La década pasada, hallándome en China, me encontré con la escritora Esther Tusquets, que estaba por allí adquiriendo auténticos tesoros orientales. Primero la vi en Pekín, en el vestíbulo de un hotel de lujo, y más tarde en la Gran Muralla junto a varias personas que parecían sus lacayos. Fue allí donde me confesó que había tenido que vender un ejemplar de la primera edición de Alicia en el País de las Maravillas. Parecía lamentar profundamente aquella pérdida. Era desprenderse de un fetiche supremo: más que vender un ejemplar de la primera edición de Robinson Crusoe, y estamos hablando de otro mito. Mucho más. Creo recordar que la escritora me dijo que el libro había caído en las manos de una oscura persona que vivía en Londres. Comentó que el ejemplar acabaría en algún museo, aquel ejemplar que ella había tenido tanto tiempo en su casa; y recuerdo que al oírla me invadió un cierto estupor. Era como si para mí Alicia fuese una entidad mitológica que gravitase fuera de los límites de los libros, y que por lo tanto no era creíble que existiese una presunta primera edición de Alicia en el país de las Maravillas, y si existía, todo indicaba que su materialización se remontaba a la noche de los tiempos.

Es sabido que las ediciones que se pierden en la noche de los tiempos tienen un valor incalculable. Preferí no preguntarle a Esther Tusquets por cuánto había vendido el libro y nos quedamos en silencio. Estábamos en la Gran Muralla, y allí las palabras resuenan mucho, amplificadas por los ecos, para luego expandirse en el infinito de las negras montañas y las negras estepas. Es un lugar de locos, y ahora, siempre que pienso en Lewis Carroll, absolutamente siempre, me acuerdo de aquel ejemplar de la primera edición de Alicia, que Esther Tusquets tuvo que vender a un enigmático coleccionista londinense, y esa imagen se mezcla con la Gran Muralla y sus geometrías imposibles, como si perteneciesen a la misma historia y estuviesen en el mismo campo semántico.

Vuelvo a aquella tarde otoñal en China: ya nos íbamos de la Gran Muralla y descendíamos por una cuesta al fondo de la cual se veía un pueblo y un río que se iba derramando en cascadas sucesivas. Estábamos cansados y nos montamos en una especie de balancín arrastrado por un chino de músculos compactos y aspecto fiero.

 

(Confieso que al advertir que la bestia de tiro iba a ser una persona quisimos desistir, pero entonces el chino se puso furioso y se sintió humillado y aniquilado. Así que tuvimos que consentir que nos arrastrara hasta el pueblo a la velocidad del rayo. Iba tan deprisa que no podíamos ver el paisaje por el que nos íbamos desplazando. Lo percibíamos todo borroso, como si nos deslizásemos a una velocidad superior a la que necesita la vista para retener algo).

En el pueblo, estuvimos bebiendo cerveza china en la terraza de un bar junto al río. Allí Esther Tusquets me dijo:

-Verás, el hombre al que le vendí el ejemplar de Alicia ha dedicado su vida a coleccionar objetos de Lewis Carroll. Los apiña en una bodega de su casa. Un día se los robarán todos y acabará loco como el primo Pons de la novela de Balzac. El comprador en cuestión se llama David Dodgson, y asegura ser familiar lejano de Carrol. Devid Dodgson defiende la misma tesis que Richard Wallace en su libro Jack the Ripper, a saber: que Lewis Carroll fue Jack el Destripador. De modo que según su apreciación, yo le vendí en realidad un ejemplar de la primera edición del cuento más famoso de Jack el Destripador, lejano y divinizado pariente suyo. ¿Qué te parece?

Conocía la tesis del señor Wallace, y le dije que me parecía una locura. En realidad todo parecía una locura aquella tarde en la muralla china, porque allí todo se agrandaba.

-Extraño el destino de Carroll -comenté-. Para algunos ha pasado de ser un sacerdote perverso a ser un asesino legendario.

 

Esther Tusquets asintió. Para ella estaba claro que la figura de Lewis Carroll podía encajar con cualquier fantasía de la humanidad, y que se iba agrandando con el tiempo. Ahora le estaban añadiendo a su curriculum todo el poder del mal, y eso podía convertirlo en un escritor gigantesco.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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