
Jesús Ferrero
No llegamos al mundo como libros en blanco. Ni el más elemental viviente llega al mundo como papel inmaculado.
Vemos la primera luz con los ojos de un cuerpo que será el nuestro, provisto de un código genético y un sistema nervioso sobre el que sí será posible escribir, y sobre el que escribirán, con mayor o menor pericia, con mayor o menor sensibilidad, con mayor o menor crueldad, los que ya estaban vivos antes que nosotros.
Digamos mejor que llegamos al mundo como un papel ya pautado sobre el que poder plasmar una melodía: la nuestra.
En esa melodía intervendrán los demás, sobre todo al comienzo, pero llegará un momento en que también nosotros mismos le iremos añadiendo frases a la música, siempre problemática y a menudo desigual, de nuestra estructura vital.
Hay mucha niebla cuando vemos la primera luz. Llegamos a un territorio de brumas acumuladas desde hace milenios y fórmulas coaguladas que a menudo ahogarán en nosotros todo indicio de verdadera identidad, obligándonos a vivir en el olvido de nuestro propio ser, y a menudo la ración de dolor será muy superior a la ración de placer. Y muchas veces, esa excesiva dosis de sufrimiento va a depender más de cómo hemos ido configurando nuestro ser que de las situaciones explícitas que irán jalonando nuestros pasos por la vida.
Apenas cumplimos los tres años, ya estamos provistos de todas las herramientas que la cultura pone a nuestra disposición, si bien no siempre vamos a saber utilizarlas, y con frecuencia se volverán contra nosotros como escorpión que lanza el aguijón contra su propio organismo.
Muchos seres no llegan a ser, muchos vivientes jamás conquistan una vida digna y razonablemente feliz. La vida es un arte muy difícil, pero ¿qué arte no lo es?
Este libro trata de ese arte y de cómo modificar nuestro destino cuando por razones diversas, y a menudo sin querer, nos acercamos a abismos que ni siquiera imaginábamos. Para asimilar ese arte que tanto puede transformar nuestra existencia, que tanto puede iluminar nuestra vida, será necesario hacer un viaje por los códigos fundamentales del ser humano. Hay caminos que surgiendo de la niebla conducen a la niebla, y hay caminos que, surgiendo de esa misma niebla, van llegando a tierras donde la bruma no es tan densa y uno puede palpar, como se palpa un cuerpo amado, las dimensiones más habitables de la existencia.
-Introducción de La posesión de la vida–