
Jesús Ferrero
El problema de los niños y el mal también puede verse desde otra perspectiva, que consiste en olvidarse de las implicaciones internas que los niños pueden tener con el mal, preocupándose sobre todo de las externas. Un buen ejemplo para ilustrar lo dicho es un relato de Lu Sin que leí hace tiempo, donde asistimos a la narración de un niño que cuenta la agonía de su padre, las continuas mentiras de los farmacéuticos y los médicos, podridos de magia y arcaísmos, y la ruina familiar debido a lo caros que resultaban sus inverosímiles y complicados medicamentos. Aquí no se trata de calibrar la posible maldad de un niño, se trata más bien de describir el enfrentamiento de una mente infantil a tres formas de mal absoluto: la muerte prematura del padre, que para un chino de entonces representaba la más definitiva de las desgracias, la muerte de la verdad, representada en las falacias de los médicos tradicionalistas que se negaban a aceptar los avances de la medicina occidental, y la muerte de toda una realidad familiar, representada en la ruina económica.
Los relatos que hablan de las relaciones de los niños con el mal (con el mal moral, el mal social o el mal sin más) son más interesantes que las que hablan de la presunta maldad fundamental de los niños. Desde esa perspectiva, la de la relación de la infancia con la maldad objetiva, son muy recuperables algunos relatos de Aldecoa, varias novelas de Delibes, y la película de Rossellini Alemania hora cero. Sin olvidar, claro está, una obra que las precede a todas. Me refiero a El lazarillo de Tormes, en cuyo primer capítulo vemos a un niño evolucionando en un mundo crudo y hostil, donde el mal parece incrustado hasta en el corazón mismo de la bondad.
Al postular una confrontación entre la mente infantil y el mal objetivo no pretendo sostener una postura tributaria de Rousseau, según la cual el niño representaría la blancura, frente a un mundo de negruras sucesivas que acabaría corrompiéndolo. No creo que la mente infantil sea ajena al mal, y sobre todo al mal implícito en el discurrir ordinario de la vida; simplemente creo que todo en los niños es un proyecto de lo que puede llegar a ser. El mal se va gestando y articulando en el tiempo y con el tiempo, y eso sirve hasta para Billy el Niño, como bien muestra Sender en El bandido adolescente.
Otro problema a añadir sería la utilización de los niños con fines espurios, obligándoles a llevar a cabo actos que les sobrepasan, como es el caso de los niños soldados. Esta clase de manipulación de la infancia se adentra ya en el ámbito de los crímenes de lesa humanidad.