
Jesús Ferrero
Eduardo Iglesias construye en La Ciudad Amurallada una ambiciosa distopía que fusiona novela negra, reflexión filosófica y crítica política en un texto denso y exigente. La historia arranca con J Solo, un detective hastiado cuya misión consiste en encontrar a ocupantes de vehículos abandonados en la Ciudad Abierta del Siglo XX, un parque de atracciones que funciona como válvula de escape para los habitantes de la opresiva Ciudad Amurallada. Su búsqueda de Lara Márquez, una joven desaparecida, se convierte en el detonante de una transformación personal que trasciende lo detectivesco para adentrarse en territorios existenciales y políticos.
El mayor logro de Iglesias es la construcción de una atmósfera kafkiana y opresiva. La Ciudad Amurallada se presenta como una urbe militarizada, protegida por bóvedas blindadas, donde grandes paneles transmiten consignas incesantes: «No fume, no beba, no se drogue» o «Prevención antes que detención». Esta ciudad-prisión, creada supuestamente para proteger a sus habitantes del terror externo, contrasta violentamente con los espacios de resistencia que sobreviven en sus márgenes: el bar clandestino de Leo, las montañas donde Lara escribe en una tienda de campaña, las cuevas donde se refugian los rebeldes. La novela se estructura en cinco partes que funcionan como círculos concéntricos, permitiendo que distintos narradores aporten perspectivas complementarias sobre el mismo universo opresivo.
La prosa de Iglesias es densa y está cargada de referencias culturales que van desde Wagner y Bruce Springsteen hasta Buñuel, Blade Runner y los filósofos presocráticos. Estas referencias enriquecen el texto con capas de significado El autor no teme la digresión filosófica ni el ensayismo, incorporando reflexiones sobre san Agustín, Heráclito o Adorno.
Los personajes experimentan transformaciones radicales a lo largo de la novela. J Solo pasa de detective a amante, de fugitivo a orador filosófico, en un arco narrativo que recuerda al de Winston Smith en 1984 pero con matices más existencialistas. Lara Márquez, por su parte, es un personaje esquivo que funciona más como símbolo: escritora, stripper, líder guerrillera. Los fragmentos de su cuaderno, con relatos sobre mujeres en el desierto saharaui o aviadoras en situaciones límite, aportan contrapuntos líricos.
Uno de los aspectos más intrigantes es la dimensión metaficcional: los rebeldes utilizan el nombre de J Solo como consigna, y existe un libro prohibido dentro de la novela que narra precisamente la historia que estamos leyendo. Esta estructura de cajas chinas genera una reflexión sobre el poder transformador de las narraciones y su capacidad para inspirar resistencia, aunque añade complejidad a un texto de por sí exigente.
La Ciudad Amurallada es, en definitiva, una propuesta literaria valiente que exige compromiso. Iglesias ha construido un texto híbrido que dialoga con tradiciones diversas para plantear preguntas incómodas sobre el miedo, el control y la libertad. No es una lectura fácil ni complaciente, pero para lectores dispuestos a adentrarse en una distopía intelectual que privilegia la reflexión sobre el entretenimiento, ofrece reflexiones valiosas sobre el precio de la seguridad absoluta y la necesidad irreductible de espacios de libertad.