
Jesús Ferrero
En un artículo publicado en el blog Making-of, el fotógrafo Bülent Kiliç confiesa que nada le ha impresionado más que ver cómo en Idomeni, frontera entre Grecia y Macedonia, los refugiados se están volviendo locos poco a poco, y especialmente los niños.
Bülent Kiliç asegura haber visto de todo a lo largo de la ruta que van siguiendo los refugiados.
Ha visto multitudes arrojándose desesperadas a las alambradas de las fronteras.
Ha visto a adultos y a niños morir en el camino.
Ha visto a gente desesperada llegando a Lesbos (patria de una de las poetas más delicadas de todos los tiempos).
Ha visto cadáveres flotando en el agua.
Pero comprobar cómo la gente se trastorna mentalmente, durmiendo y pululando entre lodazales, excrementos y basura bajo la lluvia implacable, le ha dejado sin respiración.
No me extraña. En este sofocante despliegue de la impiedad y la razón impura de las finanzas, las corrupciones, la insolidaridad más oscura y las guerras desalmadas, sólo hay una cosa que, en sus estados más agudos, podría ser peor que la muerte: la locura.