
Jesús Ferrero
Una falsa noticia, o mejor, una noticia desplazada ha causado pánico en la red: la que hace referencia a la aparición de un nuevo virus: el Nipah, más letal que el Covid19. Todo indica que las muertes provocadas por el Nipah y divulgadas estos últimos días ocurrieron en la India, en el año 2018, y no ahora. En cualquier caso, se trata de otro virus que anda por ahí, que halla su mejor albergue en los murciélagos fruteros, y que fue detectado por primera vez en 1998, en Malasia. En el 2004 ya estaba en Bangladesh, desde donde pasó a la India.
¿Nos hallamos en el siglo de las pandemias?
Desde que leí a McLuhan, hace ya bastante tiempo, tendía a defender la globalización, y juraría que aún la defiendo, pues la veo como inevitable (y oponerse a lo inevitable es de necios), pero una cosa parece rotundamente cierta: la globalización es el campo más abonado de la historia para que cualquier epidemia se pueda convertir en pandemia. ¿Solo la globalización? No, también abonan ese campo las megaciudades y la cultura de masas.
Los virus quieren colmenas y masas bien apretadas. Los virus han hallado su edad dorada en nuestra época. La globalización es para ellos la gran panacea, el cuerno de la abundancia. Me lo dice un amigo epidemiólogo con cierto sentido del humor: “Hemos creado la globalización para los virus, no para nosotros. Esas entidades que ni parecen vivas ni parecen muertas acabarán siendo las dueñas de la Tierra. Los virus son la sed de replicación: generan masas a velocidades de pesadilla, y las masas buscas a las masas, por mera ley de la simpatía. Nos hicieron para los virus: somos su grandiosa y extensa residencia”. Mi amigo es terrible. Ha bebido un poco y su lengua se suelta peligrosamente. Yo prefiero no prestarle atención.
Volviendo a la razón: más que a la globalización en sí, la socióloga Saskia Sassen culpa de lo que nos está pasando a la invasión/destrucción que hemos ejercido sobre la naturaleza. Creo que han sido ambas cosas a la vez: la invasión de territorios donde los virus podían expandirse sin llegar a nosotros, y el haber convertido el mundo en una apretada aldea.