
Jesús Ferrero
Texto de la presentación de Casa de Fieras, en la cuesta de Moyano de Madrid.
Muy buenos días: Es un honor acompañarles en esta memorable cuesta para presentar el libro de María Jesús Muñoz, publicado por Ediciones En Huida. Una obra que merece leerse con calma, porque no es de las que se consumen de un tirón y se olvidan: es de las que se instalan en la memoria, y nos devuelven, tiempo después, una imagen, un ritmo o un personaje que no se quiere marchar. Y además se lee muy pronto, porque es de una brevedad que no hace más que adensar su esencia.
Lo primero que asombra al abrir sus páginas es el lirismo. No es un lirismo decorativo ni accesorio: es la materia misma del libro. La prosa aquí es música, pero una música que se entiende, que respira y que acompasa. Frases que suenan como si fueran versos, imágenes que parecen nacer de un estado de contemplación y, al mismo tiempo, de una curiosidad insaciable por el mundo. Los higos que no caen, la pantera negra que acecha, la escalera de caracol que se enrosca hacia lo alto… son estampas que se fijan en la imaginación y que, en cierto modo, nos interpelan como símbolos de algo mayor: la espera, el deseo, la búsqueda. María Jesús Muñoz logra aquí algo muy difícil: que la prosa conserve la tensión del poema, sin perder claridad narrativa.
Porque este libro no es solo canto: es también narración, y una narración bien trabada. Está compuesto por veintidós capítulos que funcionan como piezas autónomas y, a la vez, como fragmentos de un itinerario mayor. Es como viajar en tren por distintas estaciones: cada parada tiene su propio paisaje —India, Maldivas, Hiroshima, el Mekong…—, y sin embargo, el viajero siente que sigue dentro de un mismo trayecto. La autora sabe entrelazar motivos, hacer regresar a personajes o a imágenes que ya creíamos despedidas, y así dota al conjunto de una coherencia subterránea que el lector percibe con placer.
Hablemos de los personajes. Aquí habita una galería de seres inolvidables: la Primigenia y Memoria, el hombre rojo, esa casa de fieras que es, al mismo tiempo, casa del origen y casa del exilio. Son personajes que tienen mucho de fábula, de arquetipo, y al mismo tiempo nos resultan familiares, próximos, casi entrañables. La autora ha sabido darles la densidad de lo humano sin quitarles el aura de lo mítico. Y en esa convivencia se juega gran parte de la fuerza del libro: lo reconocible convive con lo fabuloso, lo íntimo con lo universal.
Este libro puede leerse de muchas maneras. Puede leerse como una novela lírica, puede leerse como un conjunto de relatos que dialogan entre sí, puede incluso leerse como un largo poema narrativo en prosa. Y en todos esos registros funciona. Lo cierto es que invita a regresar a él.
Estamos, pues, ante una obra que merece celebrarse. Por su lirismo sostenido, por la riqueza de sus personajes y, por la capacidad para condensar y emocionar. En un tiempo donde la literatura a menudo se consume con prisa, este libro nos recuerda que todavía hay espacio para la belleza lenta, para el relato cuidado, para las palabras que se quedan o que regresan como el recuerdo de una sensación.
Por eso, sólo queda más que invitarles a leerlo, a adentrarse en sus páginas y a dejarse llevar.