Jean-François Fogel
La publicación en Espana, por la editorial «Páginas de espuma», del tomo cuatro de Pequeñas resistencias, una antología del cuento en español, es tanto un asunto de literatura como de geografía. El volumen está dedicado al «cuento norteamericano y caribeño» y dice, por el mero hecho de existir con ese subtítulo, dos cosas que no se pueden ignorar. La primera, claro, es la conquista del norte por el sur en las Américas. Los «latinos» ya no son bailadores para la parte oeste de Manhattan, como en West Side Story. La montaña de libros que tengo en mi estudio, sobre los «latin people» en EE UU refleja la preocupación creciente del imperio por la presencia de los hispanohablantes en su tierra. Nada nuevo, pero ojalá: va deprisa. Todos sabemos que por un voto se derrotó, al crear Estados Unidos, la decisión de adoptar el alemán como idioma oficial. No se vota para elegir una cultura y la que viene del sur se nota en todo el sun-belt con una potencia deslumbrante.
Pero – es la segunda cosa que quiero decir – no hay que equivocarse al leer unas palabras como «norteamericano y caribeño». Los dos adjetivos pisan el mismo terreno. El Caribe es norteamericano y costeño. Aún más: en este mundo del Caribe, el viejo mundo es América Latina y el nuevo mundo es Estados Unidos. Tengo recuerdos de viajes por Louisiana y hasta Georgia que me parecen semejantes a los de Colombia o Venezuela. Del norte al sur, todo es igual: comidas, pieles, aguaceros, árboles que se parecen a catedrales vegetales, talento para reír a carcajadas y pasar sin ninguna transición a una tristeza sin remedio.
¿Cuál es la diferencia? Hay una, fundamental: «El Mississippi aparece en el mapa de América con siglo y medio de retraso» dice el historiador Germán Arciniegas en su Biografía del Caribe (mi edición es la de Planeta, de Bogotá, 1993). En un mundo caribeño cuya historia es la repetición de las invasiones en nombre del rey, de Dios, del afán del dinero, del imperialismo, de una misión científica o humanitaria, el sur de los latinos tiene más experiencias que el norte conquistado por los yankees en una guerra civil. Cuando hablamos de Cartagena, San Juan de Puerto Rico o La Habana, hablamos de la vieja civilización. La Nueva Orleans, Miami o Corpus Christi son jóvenes que todavía tienen mucho que aprender. Me gusta el adjetivo del maestro Arciniegas: retraso. En el Caribe, los EE UU son atrasados.