Jean-François Fogel
La revista en linea Cubista Magazine dedica su número del verano 2006 a un dossier «Proyecto Paideia». No sé si me llegó tarde la noticia de la publicación, ya estamos en otoño, pero el paquete de documentos, testimonios y reproducciones me lleva a pensar en los cubanos, en el poder en Cuba (algo muy diferente) y, finalmente, en lo que queda de nuestras palabras.
Los cubanos
Paideia es una palabra griega que significa educación. El filólogo alemán Werner Jaeger llegó a definirla como algo que significa a la vez la educación formal de un maestro y la educación que da el hecho de vivir en una ciudad (en el sentido de la grecia antigua). Entonces la palabra Paideia habla a la vez de educación y de cultura política. Es el doble sentido que buscó un grupo de jóvenes cubanos al reunirse el 16 de febrero de 1989 para crear algo «que no se define como un grupo con entidad propia». Se trataba para ellos de producir pensamiento político sin hacer política.
Hay que entender el surrealismo de aquella actitud en su contexto histórico: en una isla dañada por el colapso del campo socialista, en una vida diaria de escasez total, unos jóvenes cubanos pensaban que lo más urgente era debatir de filosofía y de arte y hasta pelearse entre «francfuristas» y «deconstruccionistas» en el momento de hablar de teoría.
Recuerdo todavía a estos jóvenes, que no tenían ni para comer, como el mejor ejemplo del prejuicio hacia los cubanos. Siempre se cree que por vivir en la isla de un comandante obsesionado por promover su revolución, los cubanos tienen obsesiones ideológicas: igualitarismo, anti-imperialismo, solidaridad internacional, etc. Para nada. Les gusta el amor, les preocupan la fe y los santos y cuando se meten en la cultura lo hacen con un fanatismo total. Lo que explica que para estos jóvenes era más importante debatir de Foucault o sacar una revista medio «underground» como Naranja Dulce que solucionar su hambre.
El poder en Cuba
Me acuerdo que en aquella época yo solía decir a unos de ellos: «¿Por qué no buscan fríjoles en lugar de libros de pensadores parisienses?». Pero el poder cubano no se interesaba en los fríjoles (que no tenían las tiendas estatales) ni en las ideas de afuera (siempre prohibidas). El grupo Paideia llegó a pasar a otra etapa de su vida intelectual al producir «las tesis de mayo» y por fin a meterse en una acción de promoción de una alternativa democrática a la crisis cubana que se llamaba «Tercera Opción». ¿Quiénes eran los miembros de Tercera Opción? Unas veinte personas que a lo mejor tenían una bicicleta china de más de veinte kilos para desplazarse por La Habana, prohibiéndose cualquier reunión con más de tres personas para no tener problemas con la seguridad del Estado. Pero para el Estado cubano, ya era algo insoportable.
El primer discurso público que reconoció en Cuba la existencia de unas personas con una visión disidente fue pronunciado por Carlos Aldana, secretario del comité central, el 27 de diciembre de 1991. El entonces número tres del régimen denunció las «partes blandas» de la revolución, algo como mil personas «disidentes»; entre ellas, menos de cien, decía, tienen una actividad continua. En el corazón de estos disidentes, según él, estaban los más peligrosos, los que promueven la idea de una «tercera opción» entre el poder de la revolución y la visión promovida por Washington.
El pequeño grupo, que no era grupo, con un pensamiento autónomo, ya era un enemigo del Estado cubano. Lo de la «tercera opción» se solucionó como siempre: hoy, casi todos sus miembros viven en el exilio; son los autores y comentaristas del informe de Cubista Magazine. Por su parte, Aldana no tuvo que esperar un año para ser susituido (un rumor dice que trabaja ahora como responsable de un parque de ocio al lado del río Almendares). Aunque enfermó, Fidel Castro tiene todavía el poder, que entregó de manera provisional a su hermano Raúl. Tercera Opción es otro caso de "no pasó nada".
Nuestras palabras
Lo más emocionante del dossier son algunos documentos originales en formato PDF. Hace quince años, en el aire húmedo de La Habana, tuve en la mano estos documentos en papel de estraza. Ahora, digitalizados, se parecen a los documentos del ejército americano que los sitios de los diarios de Nueva York o de Washington reproducen a veces para explicar lo que pasa en Irak. Es el destino ineludible de nuestras palabras: todo sale igual en la pantalla. Un episodio de la historia de Cuba ha perdido su olor de salitre aunque ha recuperado su historia en un dossier ubicado en el ciberespacio.