Jean-François Fogel
Sí, me equivoqué, tengo que reconocerlo, me equivoqué al describir en mi último post la encuesta de la revista francesa Transfuge sobre novelas extranjeras. Todos los datos que entregué son auténticos, pero había un error, tremendo error. Pensaba que hombres y mujeres eran iguales. Soy un ingenuo. Me parecía que un lector es un lector es un lector como podría escribir Gertrude Stein con sus repeticiones. Que todos los lectores son iguales. Que una muestra de 28 personas que tenían que escoger su novela favorita era una muestra representativa, fiel a la opinión pública dentro de esa república de las letras que conforman los lectores franceses. Acabo de enterarme de que me equivoqué. Cuando se mira a una población de lectores, machos y hembras son animales distintos. Por tener solamente 6 mujeres dentro del grupo de 28 personas, la muestra de Transfuge no puede entregar una lista fidedigna de novelas favoritas.
Por lo menos es lo que escribe Nick Gillepsie, redactor en jefe de Reason en la versión en línea de su revista. Reason es una buena revista de cultura americana que recibe su plata de una fundación. Entonces tiene recursos e independencia. Y tiene un buen jefe de redacción que encontró en el diario The Guardian los datos sobre la encuesta de dos investigadores, Lisa Jardine y Annie Watkins, sobre la relación entre un lector y su novela favorita, la novela que le tocó el alma. Lo interesante es que, tal como en la muestra de Transfuge, las personas entrevistadas estaban involucradas en el mundo del arte, en medios de comunicación, en trabajos académicos. Es una demostración perfecta de que me equivoqué.
No había nada más fácil para Jardine y Watkins que entrevistar a cuatrocientas mujeres para conocer su novela favorita. Las mujeres tienen una novela favorita y el conjunto de sus respuestas abarca un amplio abanico de doscientos libros de autores tan distintos como Atwood, Morrison, Conrad, Woolf, Brontë y por supuesto Jane Austen, pues estamos en el Reino Unido. Por el contrario, con los hombres el proceso ha sido difícil y poco productivo. En primer lugar, los hombres no sabían cómo escoger una novela al no entender la pregunta o al proponer –sin fingir ser tontos- la obra de un pensador o de un ensayista. Al final, la lista de los hombres es sumamente corta. En lugar de doscientos libros, no hay más que cuatro, dicen los autores del estudio: L’étranger (El extranjero) de Albert Camus, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno), de J.D. Salinger y Slaughterhouse Five (Matadero 5), de Kurt Vonnegut.
Una novela no es, para un hombre, un compañero que va con él a lo largo de su vida. Es más bien un encuentro casual, muchas veces al final de la adolescencia, con el mundo de la angustia personal o de un sistema político tipo Orwell (de Camus a Vonnegut, no se ríe mucho). Sabiendo que las mujeres leen más que los hombres, el estudio no tiene dificultad en denunciar la influencia excesiva de los hombres en las casas editoriales y en los jurados literarios. Nick Gillepsie reporta la denuncia, a pesar de ser un hombre, tal como entrega la sorprendente lista de las novelas favoritas de los hombres y de las mujeres en las islas británicas antes de dedicarse a la pregunta clave : ¿por qué leemos ficciones?
Una novela, dicen los diccionarios franceses desde el siglo XIX, es una historia simulada. Nos gustan tanto las historias que aguantamos un producto alterado: una historia falsa. Gillepsie propone como explicación la nueva teoría de Lisa Zunshine, una inmigrante rusa que trabaja en la Universidad de Kentucky (Tiene un libro: Why We Read Fiction: Theory of Mind and the Novel).
La visión de Zunshine se basa en los trabajos de la psicología sobre los esquemas cognitivos, es decir la manera en que vamos construyendo un mundo real para transformarlo en un saber útil y transmisible. En las novelas, según Zunshine, al encontrar personajes, encontramos a la vez unos pensamientos con una estructura interna y unas emociones escondidas. Esto nos interesa pues en el mundo real necesitamos ser capaces de entender ambos para relacionarnos con otras personas. Leer novelas es la manera de prepararnos para estos momentos en que debemos «descifrar» nuestro entorno. Aceptamos que las novelas cuenten historias falsas pues es la única manera de prepararnos para vivir.
Como Zunshine no es filósofa, su teoría no llega a decir si la vida es otra mentira, a otro nivel, y quién es su autor. Por mi parte, en mi modesta búsqueda de la verdad, he vuelto a abrir la revista Transfuge y he quedado confundido: las seis mujeres entrevistadas ofrecen una lista de novelas heterogénea, de una diversidad deslumbrante. Lo reconozco: me equivoqué.